VIDA DEL VENERABLE SIERVO DE DIOS ANTONIO ALONSO BERMEJO

Traducida del Italiano al Castellano por:

D. León Carbonero y Sol

Sevilla 1864

 


Casa donde nació el hermano Antonio Alonso Bermejo el 17 de Enero de 1678

 

LIBRO PRIMERO

 Nacimiento e infancia del Venerable

La Católica España, nación insigne por el gran número de sus héroes en las virtudes cristianas, fue patria del Venerable Antonio Alonso Bermejo. Nació en la Villa de la Nava del Rey, pueblo de la Abadía de Medina del Campo, diócesis de Valladolid, el día 17 de Enero de 1678 y fueron sus padres Andrés Alonso e Isabel Bermejo, honrados labradores de aquella comarca, que se sostenían cómoda y holgadamente con el cultivo y cosecha de sus campos. Aunque podían vanagloriarse de la pureza de su sangre y excelencia de sus costumbres, su mayor gloria la fundaban en ser católicos sinceros, en vivir constantemente fieles a la religión en que criaron y educaron a sus hijos, porque además de Antonio tuvieron otro llamado Andrés del que debemos hacer en otro lugar una mención honorífica.

Nuestro Antonio fue regenerado en la sagrada fuente bautismal el día 29 del mismo mes de Enero en la Iglesia de S Juan, parroquial de dicha villa, donde según costumbre del país, el bautizante y su padrino Nicolás Alonso le dieron por abogado especial a S. Francisco de Sales. Parece que este santo tan ilustre por los ejemplos de santidad que legó a los que viven en el siglo, tuvo un cuidado especial de su protegido para acreditar en el, como también aun en medio del mundo, puede llegarse al heroísmo de las virtudes cristianas. En efecto, desde sus primeros años dio el niño Antonio muestras y esperanzas de lo que había de ser, porque desde entonces empezó a ser guardador esmerado y solicito de la estola de la inocencia, que recibió en el bautismo, y que conservó sin mancilla hasta su ancianidad. Todo el que lo conoció admiró en el la suma modestia de toda sus acciones.

Sus piadosos padres se encargaron de instruirle desde la infancia en los rudimentos de la doctrina de Cristo, de cuya enseñanza sacó no escaso provecho, como lo acredito en sus obras. Entre todas las virtudes que el Divino Maestro practicó desde sus primeros años, quiso que una fuese la especialmente señalada para que la imitasen todos los que profesan su divina doctrina. Esta virtud es la de la obediencia virtud en que  Antonio se distinguió en alto grado Según testimonio de  Cuantos deponen sobre ella.

A la completa obediencia que Profesaba á sus padres agregaba la reverencia y amor del cumpliendo así desde su infancia. con el primero de los preceptos divinos que pertenecen al amor del prójimo. Apenas adquirió de sus padres terrenales el conocimiento del Padre celestial, levantó a El su alma, como lo acreditó el haberse dedicado desde niño a frecuentes ejercicios de piedad y, devoción. ¡En esta fuente fue donde bebió la inclinación, presteza y, con solicitud que desde edad tan tierna se consagró a todo lo bueno, y por lo que fue tan generalmente ad mirado de todos  así como aquel disgusto con que todas las almas grandes suelen mirar los placeres y, pasatiempos mundanales. En efecto; nuestro Antonio huía de toda clase de juegos, principalmente de los bulliciosos, y  de aquellos pasatiempos a, que son tan dados los niños. Amante de la soledad y del silencio revelaba además una prudencia rarísima en la edad pueril.

 Estos gérmenes de virtud debieron acrecentarse y fructificar mucho mas cuando la gracia del Espíritu Santificante sé difundió en él, por medió del sacramentó de la penitencia, que recibió á la  edad de ocho años, el día 9 de Mayo de 1686, de manos del Obispo de Valladolid el Ilmo. Sr. D. Diego dé la Cueva y Aldana en la misma iglesia dé S. Juan en qué había recibido el bautismo.  En proporción que crecía en años, crecía el ardor dé su amor á Dios, mostrándose también cada día más severo consigo mismo, y más benigno y piadoso con los demás, siendo mayor su fervor en los ejercicios de piedad y devoción, como lo afirman testigos autorizados. (3) Desde muy temprana edad aprendió á consagrarse á la oración mental, á la cual unía el ejercicio de la vocal, principalmente el rezó del santo rosario, la asistencia diaria al santo sacrificio de la misa, la visita á las iglesias, su solicitud en oír pláticas y sermones, y en todo revelaba su admirable modestia y compostura. Luego que empezó á acercarse al tribunal de la penitencia, y mucho amas cuando fue ya dignó de participar de la mesa Eucarística, se dedico á la frecuencia de éstos santos sacramentos con tal asiduidad .y tales signos de devoción gire excitaba la admiración y edificación de todos.

5. Fortalecido con estos auxilios poderosos de la religión no descuidaba la vigilancia de si mismo porqué guardaba cautamente sus sentidos y huía de las malas compañías y dé toda diversión peligrosa;  empezando a considerar su cuerpo cono enemigo, y afligiendo su inocente carné con ayunos y disciplinas. (3) Por último, desde su infancia empezó á poner en práctica los medios mas oportunos y seguros para conseguir su último fin. (4) Empero en tanto qué era tan rígido consigo mismo, era todo amor y compasión para con su prójimo: y maravilloso era ver aquél niño privarse con gustó dé una parte del alimentó qué sus padres le daban, y llevarlo á las casas do los pobres, á los cuales alimentaba con aquella parte dé qué él sé privaba. (5) Todos estos hechos eran preludios de lo que debía hacer un día en benefició de sus hermanos, los pobres. 

CAPITULO II.

Adolescencia del Venerable Siervo de Dios hasta el fallecimiento de sus padres. 

. Entre las grandes enseñanzas del sabio hay una que dice, que así como el ave nace para el vuelo el hombre, nace para el trabajó; verdad que sí no estuviera tan olvidada influiría poderosamente en la mayor felicidad social. No lo olvidaron los padres de Antonio, que aunque bastante acomodados, se sometieron al precepto intimado por el mismo Dios al primer hombre y á toda su descendencia, (1) queriendo además que hicieran sus hijos lo mismo que ellos hacían. En efecto; apenas lo permitieron la edad y las fuerzas de Antonio, le dedicaron sus padres al ejercicio de la agricultura, ejercicio á que se consagró con sumo gustó, a pesar de las fatigas que consigo trae; ejercicio que desempeñó con la mayor exactitud, mostrando que el principal carácter de la virtud es el exacto cumplimiento de los deberes propios. (2)
7. De este modo encontraba su virtud medios para fortalecerse en aquel estado y para fortalecer también las fuerzas del cuerpo, dedicándose, como leemos en el procesó, á las faenas mas penosas, que sufría con resignación y alegría (1) y como sí esto no fuese bastante, continuaba afligiendo á su cuerpo con ayunos, cilicios, disciplinas y otras mortificaciones (2).
Aunque tan ocupado en el cultivó de los campos sabia sin embargó encontrar tiempo que consagrar á Dios y á las prácticas religiosas, continuando en la oración tanto mental, como vocal, frecuentando los sacramentos, y asistiendo á misa, á sermones, y á las funciones religiosas del mismo modo que lo hacia antes.

3. Tal era la vida laudable y virtuosa que traía Antonio cuando plugo al Señor llamarlo á mayor perfección, infundiendo en su alma una luz nueva y extraordinaria con ardientes estímulos de caridad en que sintió anegado su corazón. En el año de 1695, cuando Antonio había cumplido ya los 17 años de edad, estando orando era la tarde del Jueves Santo ante el Santísimo Sacramentó expuesto en la iglesia, recibió en su alma una ilustración singular, con tan claro conocimiento de la Encarnación del Verbo y de la Redención, que no puede explicarse con palabras. Léase en los procesos que en virtud de esta luz celestial, el venerable siervo de Dios comprendió en alto grado cuanto había padecido Jesucristo por la redención do los hombres, y cuan excesivo fue su amor en la institución del Santísimo Sacramentó. (3) Antonio, por la Divina influencia que este esplendor ejerció en su alma, sintió aumentarse al mismo tiempo en su pecho la llama de la caridad; y por consiguiente, concibió horror sumó á todo lo mundanal, y el deseo vehemente de imitar á Jesucristo, de participar de sus trabajos y dolores, y de corresponder á su inmenso amor, del mejor modo que pudiera. Desde esta época adoptó un método de vida mas ejemplar, mas pobre, mas devota, retirada, penitente y austera, formando resolución de renunciar á todas las cosas temporales, y de aspirar solamente á las eternas. (1)
9. Todo este arcano hubiera permanecido oculto si el mismo siervo de Dios no lo hubiera revelado en seguida á su confesor D. Francisco Nuño. Por declaración de este sabemos también que, Antonio puso desde entonces en práctica la resolución que había formado de consagrarse á una vida mas ejemplar y penitente, procurando abandonar y retirarse de todos los asuntos mundanos, dedicarse á la oración mental y vocal en que consumía la mayor parte del día, y pareciéndole no corresponder á los beneficios con que Su Divina Majestad le favorecía, si dejaba de tributarle divinas alabanzas, abandonaba el lecho y el sueño para buscar á Dios, levantándose á media noche y orando por espacio de una hora. Del ejercicio y costumbre de orar se siguió la mortificación que impuso á su cuerpo, sujetándolo con rigorosos cilicios, con ayunos continuos, y otras mortificaciones y penitencias con que lo redujo á una perfecta y rigorosa servidumbre, teniendo siempre sometidas las pasiones á la razón. No contento con esto, de tal modo castigó su cuerpo, que bien puede decirse fue todo el una sola llaga (1).

10. Como siempre se aumentaba mas y mas en el venerable Antonio el deseo de imitar á Jesucristo, concibió una idea que solo puede sugerir la caridad mas ardiente; y fue la de abrir cinco llagas en su cuerpo, hiriéndose con un clavo las manos, los pies y el costado, y volviéndose á herir nuevamente cuando veía que se iban cerrando. Grande fue la cautela de que se valió para que nadie se apercibiese de ello; y así pasaron muchos años, sin embargo de que era tanta la sangre que de tiempo en tiempo fluía de sus llagas que quedaba sin fuerzas, sin que por eso dejase de atender á las faenas de la agricultura, trabajando como si nada tuviese, y como si fuera el joven mas robusto.

(2). Estos fervores de caridad no acallaban en el joven Antonio las voces de la prudencia; y así cómo consideraba el primer precepto de esta, no atenerse á su propio juicio, sino á la obediencia, que profesaba ciega e ilimitadamente á sus directores espirituales, así luego que pasados algunos años, recibió de su confesor la orden de cerrar sus llagas, dejó en efecto qué se cerraran, pero permaneciendo siempre en su cuerpo las cicatrices, como se reconoció al darle sepultura

 Al año siguiente del suceso de la revelación maravillosa y de la vocación dé Antonio á vida perfecta tubo que sufrir una pérdida muy sensible para su corazón. Tal fue el fallecimiento de su padre Andrés  Alonso, por cuya circunstancia permaneció bajo la obediencia de su madre y de su abuelo materno Marcos Bermejo. Aunque adulto ya, continuo profesando á su madre y abuelo él mismo respeto y la misma obediencia que les profeso desde niño. Pero así como era cada día mayor su deseó dé ser mas y mas perfecto, así Cambien pensaba sin cesar en el modo de traer una vida de religioso, aunque permaneciendo en él siglo. Muy á propósito para el logro de sus fines, le pareció la orden tercera de penitencia instituida por el Seráfico P. S. Francisco, en la cual son admitidos también todos aquellos que viven en el siglo, y fuera del claustro. Antonio, que aun no habla cumplido el cuarto lustro (le su edad, solicitó. y obtuvo su admisión en dicha orden tercera. Previas las diligencias acostumbradas, y el proceso sobre su vida y costumbres, vistió el hábito de tercero, y profeso en el convento de Medina del Campo. Lleno do júbilo con aquel hábito humilde, lo llevaba con suma devoción: imitando fielmente al pobre dé Asís, cumplía escrupulosamente todas las reglas de la orden tercera, y con la más exacta diligencia procuraba intervenir en todos los ejercicios propios de aquella santa institución, con admiración ejemplar de todos sus hermanos.

 Este paso hacia la vida religiosa, no podía satisfacer al Siervo de Dios, cada vez mas deseoso de sacrificarse en aras del amor divino y del prójimo; y por lo mismo determino entrar en la orden de S. Juan de Dios, donde creía poder hallar desahogo á este doble amor en que estaba tan abrasado. Así lo prometió á Dios, y por los años de 1700, según se deduce do los procesos, vistió el hábito de dicha orden. Dios lo había dispuesto de otra manera: así es, que transcurridos los seis meses de noviciado, viendo el Provincial el defecto de vista de que adolecía  Antonio, lo despidió considerándole inhábil, con suma pena y aflicción de su espíritu, porque se veía rechazado como siervo inútil.  Sin embargo, no le había rechazado Dios, que se valió admirablemente de este suceso, para que Antonio, llenó del espirito de, S. Juan de Dios, aprendiese entre sus hijos el modo de asistir y curar á los enfermos en el alma y en el cuerpo, á fin de que llegando á ser un día fundador de un vasto Hospital, donde había de dedicarse á la asistencia do los enfermos, llevase esculpido en el alma un ejemplar y un modelo digno de imitación. Aquellos seis meses fueron tan provechosos para el fin á qué el Altísimo dirigía á su siervo, cómo el tiempo que Moisés invirtió en el monte, contemplando el tipo del tabernáculo del Señor que debía ejecutar con arreglo á la forma queso le mostraba. Restituido á la casa paterna el venerable siervo de Dios, se encontró con que su madre había fallecido, y se dedicó de nuevo al cultivó del campo, bajo la dirección de su abuelo Marcos Bermejo.  

CAPITULO III. 

Desde la muerte de los padres del Siervo de Dios hasta la fundación del Hospital de S. Miguel. 

Por los años de 1693, falleció también el abuelo del venerable Siervo de Dios Antonio, que contaba á la sazón 5 años de edad. Justo apreciador de la vanidad del mundo, se encontró mas bien embarazado que satisfecho, considerándose en la flor de sus mejores años libre y sin dependencia alguna, y dueño de un gran patrimonio, porque con la muerte de su abuelo unió á los bienes paternos los de la línea materna. Cierto es que tenia á su hermano Andrés, con quien dividía los cuidados de la administración de sus respectivos patrimonios, y las ocupaciones propias de la agricultura; pero nuestro Antonio se sentía llamado a cosas mas grandes, y no comprendía ni sabia con precisión que era lo que Dios quería de el. Sin duda con el fin de impetrar y alcanzar luces que lo sacaran de esta perplejidad, concibió el designio de emprender una peregrinación á -Roma y a Loreto donde se conservan tantas memorias y monumentos sagrados de los misterios de la Encarnación y Redención, así como de los Santos Apóstoles y de los primeros héroes del cristianismo

No fue en verdad ni la curiosidad ni otro propósito humano, lo que le movió a ello, sino el espíritu de fe viva y de acendrada piedad. Luego que obtuvo la licencia de su confesor y de su hermano, a quien encomendó el cuidado de sus bienes, pobre y sin provisiones acometió su largo y penoso viaje en el cual experimentó muchas veces la singular protección del Señor. En efecto, se sabe que habiéndose caído en una ocasión de una gran altura, quedó tan estropeado que no podía andar, pero esforzándose todo lo que podía para seguir su caminó, se sintió libre de toda incomodidad sin haber empleado remedió alguno: En otra ocasión fue acometido por la fiebre, y no encontrando modo de curarse, se encomendó a Dios y quedó sano. Sufrió en el mar una borrasca peligrosa, pero permaneciendo impávido entre los gritos de los pasajeros y absorto en la oración, no solo salió salvo, sino que pasó entre las delicias de un rapto celestial aquel tiempo que fue para sus compañeros de espanto y de angustia.

Luego que llegó á Roma visitó con sumo recogimiento las iglesias y santuarios de la capital del mundo cristianó, recreándose con estar libre de toda distracción, lo cual no había podido conseguir durante su viaje. La soledad y el silenció inflamaron su caridad, á la que daba pábulo retirándose a orar enteramente solo en las Basílicas Romanas. Lo mismo lo aconteció en el santuario, de Asís á donde se dirigió sin saberlo mientras; caminaba á Loreto, supuesto que al llegar al Convento que había sido morada de su gran Patriarca, sintió inundada su alma con una paz duchísima y con una plenitud de consuelos espirituales. Aun fue mucho mayor la alegría inefable de que se sintió inundado al penetrar en la Sta. Casa de Loreto donde permaneció cuatro días, que según confesión suya , le parecieron celestiales. Desde el primer día de su residencia en Loreto se confesó con el Penitenciario Español, que siendo docto y prudente, reconoció la virtud ;del peregrino, y le permitió comulgase todos los días;, le disuadió de que hiciese el : viaje a Palestina, y .le aconsejó se restituyese á su patria. Desde Loreto se dirigió segunda vez á Roma, y en uno de sus puertos, próximos se embarcó para volver á España.

 Luego que el Siervo de Dios llegó á su patria emprendió la peregrinación al Santuario de Santiago de Galicia. Nutrido su espíritu con tan santos afectos, después de siete meses de peregrinación, volvió á su tierra natal para consagrarse con fijeza á aquel género de vida á que el Señor lo llamase. Aun se encontraba dudoso y vacilante, pues ya pensaba entrar en alguna orden religiosa, ya se proponía retirarse enteramente del comercio de los hombres y pasar la vida en los desiertos. Entre tanto no omitía ningún medid eficaz para impetrar y obtener una luz divina que lo iluminara, valiéndose al efecto de la oración y del consejo de hombres sabios y timoratos. Poniendo así por su parte cuanto podía, consiguió que Dios, padre de las luces, viniera á consolarlo. Una luz súbita ilustró su entendimiento, dándole á conocer con claridad ser la voluntad del Señor que se consagrara al ejercicio de la hospitalidad y caridad cristiana en el Hospicio de S. Miguel, que ya existía en su patria. El local de este establecimiento era estrecho, reducidas sus rentas, y poco el cuidado que de el se tenia; pero como las instituciones mas hermosas adolecen alguna vez de ciertos abusos, sucedía que aquel pobre recinto no servia para otra cosa mas que para acoger á viajeros pobres y vagabundos, que con frecuencia lo convertían en lugar de escándalos y de acciones pecaminosas. Además de esto, se albergaban en dicho hospicio personas de ambos sexos, y no habiendo locales distintos ni la debida vigilancia, fácil era que se cometieran desordenes.

 Impedir los escándalos, proveer á las necesidades de los pobres, asistir á los enfermos, cuidar do los hospedados, y traer al mismo tiempo una vida retirada y penitente eran los fines que se proponía el Siervo de Dios al retirarse á dicho hospicio. En efecto; luego que en el puso el pie se sintió lleno de alegría y júbilo, y esta alegría y júbilo, que experimentó después de tantas luchas y ansiedades fueron para él indicio, de que aquel era el estado á que el Señor lo habla llamado. No contento con haberse proporcionado á si mismo tanto bien, quiso que de el fuera también participante su hermano Andrés, y para este fin lo exhortó con interés para que adoptara el mismo género de vida.

Para conseguirlo dirigió á Dios súplicas fervorosas, y luego que transcurrió algún tiempo, su hermano cedió á sus insinuaciones, y ambos animados del mismo espíritu pusieron manos á la obra, dedicándose al ejercicio de la caridad con los pobres, que eran asistidos por el Venerable Siervo de Dios con tales demostraciones de amor, que revelaban cuan inmenso era el fuego de la caridad que ardía en su pecho.

18. El método de vida que se habían propuesto ambos hermanos, era digno de dos religiosos que vivían consagrados enteramente al servicio de Dios y del prójimo, así es que el provecho espiritual que ellos sacaban era proporcionado á la utilidad que redundaba en los pobres. Como Antonio se había propuesto reformar aquella institución en beneficio de los enfermos, en u non de su hermano, y con el producto de sus respectivos bienes, hizo construir una decente, aunque reducida enfermería, donde los pobres enfermos pudieran ser asistidos para el restablecimiento de su salud sin riesgo de que perdieran la del alma. Merced á este proyecto (le los piadosos hermanos, á los gastos que hicieron de su propio peculio, y á la asistencia gratuita que prestaban al hospicio, recibió ventajas y mejoras muy notables. Sin embargo, aún no estaba satisfecho Antonio. Hecho pobre para los pobres, mendigaba para ellos en su lugar nativo, en las ciudades y lugares próximos, y no faltaron personas, que movidas con el ejemplo de ambos herma nos contribuyeron con limosnas crecidas, para ayudar y remover los progresos de aquella obra benéfica.

19. Por espacio de dos años continuaron ambos hermanos unidos y concordes en el método de vida que habían emprendido, pero al cabo de ellos falleció Andrés, lleno de alegría, por haber escuchado los consejos de su hermano. Dios le habrá recompensado, en verdad, el sacrificio que hizo por amor suyo.

Por la muerte de Andres, recayeron en su hermano Antonio los pingües bienes, que hasta entonces habían poseído en común: y por consiguiente, éste se vio mas libre y desembarazado, para ejecutar el proyecto mas noble y generoso, que puede concebirse, para llegar á aquella perfección evangélica, que Cristo nuestro Señor propone á los que desean elevarse sobre la esfera común, en el ejercicio de las virtudes cristianas. Este proyecto fue el de deshacerse de tos bienes terrenales, para que con ellos fueran socorridos los pobres, acumulando así un tesoro de riquezas espirituales, que jamás pueden faltar. En el capitulo siguiente diremos como lo puso en practica el venerable Siervo de Dios.

 

 

CAPITULO IV.

De la fundación del Hospital de San Miguel, y de la donación universal que en favor suyo hizo de sus bienes el Venerable Siervo de Dios.

 

EI Venerable Antonio había conocido, que el método de vida que había abrazado, y él fin que abrazándolo, se habla propuesto, en el .hospicio, dé S. Miguel, era del agrado del Señor; pero, al mismo tiempo dirigía la vista a  su pingüe patrimonio, y viendo en el un obstáculo para la vida, perfecta, que habla elegido ola sin cesar este conseja del .Salvador; Vende todo lo que tienes, dalo á los pobres, y tendrás un tesoro en 'el cielo, y sígueme. (1) Para conseguir ambos fines, comprendió que él modo mas oportuno y provechoso de despojarse de todos sus bienes en beneficio de los pobres, seria hacer una donación universal en favor del mismo hospital, á cuyo servicio había consagrado ya sus pensamientos, sus fuerzas, y toda su persona. Sobre este punto oyó el consejo de su confesor, y de otras personas piadosas e ilustradas, que aprobaron y aplaudieron su resolución.

Solo en cuanto al modo de llevarle á cabo, encontró algunos obstáculos, porque su primer idea fue la de donar sus bienes á la religión de San Juan dé Dios, con la expresa condición, de que algunos religiosos de esta orden se establecieran en el hospital, para asistir á los enfermos con arreglo á su instituto. Esta disposición encontró dificultades, y fue necesario renunciará ella.

24. En su consecuencia, se resolvió qué el Venerable Antonio, con autorización y licencia del Vicario General de la Abadía de Medina del Campo, hiciera en favor del Hospicio, que había de convertirse en hospital para los enfermos pobres, donación universal e irrevocable ínter vivos, de todos sus bienes muebles e inmuebles, consistentes en tierras, viñas, casas, censos, ganado mayor y menor, con el mobiliario de la casa, todo lo cual ascendía á un capital de 150,000 reales, además del dinero en efectivo, que ascendía también á una suma considerable. Esta donación se haría al hospicio y á los pobres, y en su representación, á los patronos del nuevo hospital, quo habían dé serlo los cabildos eclesiástico y civil de la Nava del Rey, los cuales, por medio de comisionados nombrados por ellos, tomarían posesesíon de los bienes, y la administración de las rentas cuidando y vigilando además la asistencia de los enfermos El Venerable Siervo de Dios solo se reservaba la escasa suma de 300 reales para su funeral, y una habitación

y una ración de comida en el mismo hospital, en que se proponía seguir prestando su asistencia á los pobres. Con estas disposiciones se proponía nuestro Antonio quitar el hospedaje de que antes disfrutaban los pasajeros, y vagabundos, destruir el germen de los escándalos y convertir sus bienes en favor de los pobres mas necesitados.

 Además de esto, cediendo el patronato y administración al cabildo y autoridad civil del pueblo practicaba el Siervo de Dios un acto de humildad, razón por la que rehusó el nombre y derechos de patrono y fundador, que con justicia le correspondían fundadamente; en cuanto á la reserva que se hizo de los 300 reales, creo que se consignó para la validez del acto, porque según las disposiciones vigentes de aquella época, ninguno, excepto el caso de profesión, religiosa, podía disponer de sus bienes, hasta el :punto, de privarse: de la facultad de testar. Sea como quiera, aquella reserva no dependía de afecto alguno que aunque tan pequeño, pudiera tener Antonio á. las cosas del inundo, supuesto que aún de tan reducida cantidad, dispuso en su última voluntad á favor de los pobres. El acto de donación fue reducido, con las cláusulas expuestas, á escritura pública, autorizada por Diego Rodríguez, notario de la Nava del Rey, con fecha 10 de Marzo de 1700, á los 31 de edad del Venerable Siervo de Dios; documento memorable y perenne de lo que puede en un alma grande el espíritu de caridad y de pobreza, inspirado por las máximas del Evangelio.

-23. Bien puede asegurarse qué este acto equivalía á una nueva fundación del piadoso instituto, porque se formó realmente un verdadero hospital para los pobres enfermos, quedando abolido el asilo de los viajeros pobres y ociosos, y estableciéndose reglamentos para la administración y asistencia de los enfermos. Las ricas dotaciones que adquirió, unidas á otras muchas limosnas recogidas por el Venerable Siervo de Dios facilitaron la construcción de locales acomodados, convenientes y espaciosos, tales como enfermerías, oficinas, botica, habitaciones para los administradores y sirvientes, y por último, la creación de una hermosa iglesia anexa al hospital para que nada faltase á las necesidades de tan piadoso instituto. Es muy de notar en este lugar el celo con que el Venerable Antonio multiplicó en cierto modo el capital donado á los pobres para la nueva fundación, ya porque su ejemplo, y el gran concepto que se tenía de su virtud movía á muchos á contribuir con cuantiosas limosnas para el complemento de tan hermosa empresa: ya porque el mismo venerable con infatigable esmero ponía mano á las obras de construcción, trabajando cómo un peón  de albañil, llevando cal, yeso, piedras, con humildad tan rara y con tan afanoso empeño, que excitaba la admiración de todos. Una amorosa y viva confianza en la asistencia divina, y un eficaz propósito de poner por su parte todo lo que podía hicieron posible para Antonio lo que habría parecido un sueño ó una quimera; (1 )'tan cierto es que la, gran confianza en Dios, y una voluntad eficaz lo consiguen todo.

21 Estas admirables empresas, estos heroicos sacrificios que el Venerable Bermejo hacía de sí mismo y de sus cosas en beneficio de sus prójimos debían atraerle el respeto, el amor y la gratitud do todos, y especial mente de sus paisanos por el esplendor y utilidad que de las obras del siervo de Dios recibía su patria. Pero como una de las señales de que una obra proviene de Dios es el vituperio y el odió de los mundanos, aun cuando sus conciudadanos. lo admirasen y profesaron la gran estimación que se merece, no por eso deja de resultar de los procesos, que Antonio «sufrió afrentas, ultrajes, y oprobios que le infirieron sus propios paisanos, y especialmente sus parientes, con motivo de la renuncia que de sus bienes hizo en favor del Hospital.  En efecto, hubo algunos parientes; no muy próximos del Siervo, de Dios, á los cuáles se unían  también algunos' amigos y .afectos suyos, que se habían imaginado, que el pingüe patrimonio de Antonio debía ser algún día suyo, y viendo quizás defraudadas sus esperanzas de tan preciosa adquisición, se vengaron de él con burlas é injurias, tratándole de falaz e hipócrita, y mancillándole con otros epítetos de despreció.

Ninguno de estos tenía en verdad derecho alguno, para conducirse así, porque careciendo el Venerable de hijos, de padres, y de hermanos, no había persona alguna que pudiera tener derecho á sus bienes  de los cuales, por consiguiente, podía disponer con plena libertad. Además de esto, á vista de una disposición tan favorable á una causa piadosa, no podían alegar. Aquellos espíritus arrogantes, ni aun razón alguna de conveniencia; porque es doctrina de los Padres de la Iglesia, que en .la ejecución del consejo evangélico, se debe atender al título de pobreza, y no al de parentesco. El espíritu de avaricia y de envidia, era, lo único que movía á aquellas lenguas malignas.

 A esta inesperada tempestad de ofensas, opuso el Venerable Siervo de Dios la paciencia más invencible, y la mas inalterable mansedumbre; así es, que todo lo sufría sin turbarse, sin resentimiento, y con rostro sereno, respondiendo con benignidad: «Queridos míos, tengamos paciencia por amor de Dios; » experimentando además cierta complacencia interior, excitada por el deseo, de encontrar nuevos sacrificios, que ofrecer á Dios.  Nadie puede imaginarse lo que el Venerable Siervo de Dios tuvo que sufrir por esta causa, pues que en los cincuenta años que vivió, después de haber hecho la donación de sus bienes, soportó resignado los efectos dolorosos de las injustas vejaciones de sus parientes. Referiremos algunos hechos, que, parecerán increíbles; pero cuya verdad está apoyada en pruebas irrecusables. Uno de los parientes, que había confiado en la sucesión hereditaria de sus bienes, viendo desvanecidas sus esperanzas, con la donación que hizo al hospital, no contento con haber proferido contra él las palabras mas indignas, llegó al extremo de poner las manos en él, y golpearle en el rostro con tal violencia, que se le abrió una llaga, de resultas del golpe ofensas todas, que Antonio sufrió con su acostumbrada resignación, sin que se observara en el el mas ligero resentimiento, hasta el punto de parecer que no había recibido tal ofensa.  La llaga producida por la violencia del golpe, fue creciendo y dilatándose, consumiendo poco á poco con su fuerza maléfica, la carne de la mejilla izquierda, perdió el ojo del mismo lado, y sobreviniendo en fin la pútridez, se llenó do gusanos, y lo dejó grave 'y terriblemente deforme, después de sufrir los padecimientos y dolores que es fácil imaginarse.

 Una persona respetable, que había conocido al Siervo de Dios, refiere este suceso en los siguientes términos: «El hermano Antonio Alonso conservó .por espacio de cincuenta años una llaga en la mejilla izquierda producida' por un golpe, que oyó decir el mismo , testigo. le había dado un pariente  suyo, por haber cedido sus bienes al Hospital, y no habérselos dejado á 'el, cuya ofensa ofreció ,el Venerable Antonio de todo corazón á Dios, sofocándola con la mayor resignación. El mismo testigo añade, que esta, llaga se fue aumentando cada día mas, hasta .tal punto, que le fue comiendo la carne de la mejilla izquierda, hasta hacerle saltar el ojo izquierdo, pudriéndose de modo que se llenó de gusanos bastante grandes, algunos de los cuales, el mismo testigo sacó por sí mismo de dicha llaga, cuyo horrible padecimiento sufrió hasta algunos años antes de su muerte. La, existencia de. esta llaga, que después se hizo; gangrenosa, y causó tan espantosos estragos en el rostro del Venerable Bermejo, está también confirmada con el testimonio de otros que personalmente lo conocieron, y aunque algunos dicen que duró algún tiempo mas, esto es, más de cincuenta años, cuantos trascurrieron desde la donación del Hospital, hasta el fallecimiento del Venerable Antonio, sin embargo, esta diferencia, lejos de destruir el fondo de la verdad, acredita mas el hecho.

 La misma paciencia que Antonio demostró al recibir tan injustos insultos, la misma conservó inalterable para soportar las tristes consecuencias, como si no padeciera dolor alguno, ni disgusto de ningún genero; con rostro siempre benigno, alegre y risueño soportaba la horrible deformidad y las incomodidades que eran consiguientes, así es, que si alguno le quitaba aquéllos gusanos, en vez de demostrar disgusto, revelaba cuanta era la alegría que experimentaba en sufrir por amor de Dios, un mal tan repugnante. Los médicos que le asistieron, al mismo tiempo que experimentaron la ineficacia de los remedios del arte, se maravillaban de que Antonio pudiera vivir, pues en concepto de todos, debía haber perdido ya la vida. A pesar de todo esto, continuaba siempre en el ejercicio de sus ocupaciones, en sus trabajos, en sus ejercicios de piedad y caridad y del método de vida, que como se verá mejor después, era incómodo y lleno de fatigas. Con el transcurso del tiempo, sobrevinieron otras enfermedades, que unidas á la primera, hacían más penoso el estado del Siervo de Dios; quien lejos de lamentarse, daba gracias al Señor, porque le ofrecía una parte del cáliz de su Pasión. Pero en tanto que nuestro Antonio se había dado, y todos sus bienes por Dios, parecía que en cambió Dios le daba un cúmulo de males, con los que se mostraba contento, y satisfecho. Sólo los necios pueden escandalizarse de esto que parece contraste, porque Dios en verdad lo remuneraba todo, haciendo de él por aquellos medios un héroe admirable. ¡Quiera Dios que este ejemplo sirva á los demás cristianos, para saber apreciar las miserias del mundo, según su gustó valor.

 

CAPITULO V.

 

Del oficio que tomó á su cargo el Venerable Siervo de Dios en el Hospital que fundó

 Muy distante el Venerable Bermejo de pretender en el Hospicio, fundado por él, gobierno ni manejó alguno, ó cualquier otro tituló de superioridad, deseaba por el contrarió emplearse en los oficios mas bajos y molestos; así es, que residiendo en el mismo local con habitación y ración de un pobre, según había dispuesto en el acta de la fundación, eligió el cargó de enfermero y criado del mismo hospital, en cuya ocupación se empleó hasta su fallecimiento. Debiendo, pues, estar sometido á los administradores y cónsiliariós que regían y gobernaban aquel piadoso instituto, hacia sin repugnancia alguna todo cuánto se le mandaba, dando puntualmente cuenta de todo lo que pertenecía a su cargo. En el modo con que desempeñó su oficio, en la infatigable asistencia que prestaba á los enfermos se descubre con la mayor claridad que el fin que se había propuesto era su salud espiritual y corporal. Tanta fue la exactitud y ejemplaridad con que lo cumplió, que inspiraba admirablemente, y e deificaba á sus superiores, iguales é inferiores, que le observaron y notaron.

 Siempre que algún enfermó entraba en aquel bendito recinto, se aproximaba á su lecho el Venerable Siervo de Dios á consolarlos y exhortarlos (según leemos en los procesos) con la mayor dulzura, prudencia y eficacia para que soportaran con resignación sus padecimientos, para que acudieran á Dios, buscando principalmente en El, el remedió de ellos, para que pusieran en su divina Majestad toda su confianza, para que se dispusieran á comparecer ante Dios, cuándo se sirviera a llamarlos de esta vida, haciéndoles entender que semejante sufrimiento y resignación, sería para ellos un mérito, que aminoraría las penas que merecemos por nuestras culpas, y recordándoles, por último, lo mucho que por nosotros sufrió Jesucristo, sin embargó de que estaba exento de toda culpa.  Siempre que nuestro Venerable Antonio observaba, que algún enfermó se agravaba y estaba en peligró de muerte tenia sumó cuidado de que en tiempo oportuno, se le administrasen los sacramentos de la penitencia, Eucaristía y Extremaunción, antes de que abatido y exhausto el enfermo de fuerzas, se pusiese en estado de no poder recibirlos como conviene. Luego que veis que alguno estaba próximo á morir, redoblaba sus cuidados y asistencia, sin que jamás se apartase del lecho, confortando y exhortando al enfermo para que hiciera actos fervorosos de fe , esperanza, caridad y contrición, valiéndose de todos los medios imaginables para que tuviese una muerte feliz, en lo cual pasaba algunas veces muchas noches seguidas, sin descanso ni reposo de ningún género.

 - La caridad ardiente de Antonio no se extinguía con la vida de sus enfermos. Además de cuidar de sus cuerpos, amortajándoles, ayudando á su transporte á la Iglesia parroquial y darles sepultura, era también maravillosamente solícito porque se hicieran sufragios por sus almas. No contento con asistir á sus exequias, oía misa, comulgaba frecuentemente, rezaba rosarios, mortificaba su carne haciendo penitencias por alivio de sus penas purgatorias. Uno de los ejercicios piadosos que practicaba con mas frecuencia, para alivio de las almas del purgatorio, era el Vía Crucís, inculcando á los que á él concurrían, aplicasen á tan piadoso objeto las indulgencias concedidas á este sagrado ejercicio. Un Sacerdote que lo había conocido, declara, que muchas veces lo encargo celebrara algunas misas por las almas de diversos difuntos, que habían fallecido en el Hospital, en creándole la limosna correspondiente.

 Iguales á estos cuidados que Antonio se tomaba por la salud espiritual de los enfermos, eran los que tenia por su salud corporal; y siendo estos mas propios de su estado, los dispensaba mas directamente, en tanto que respecto de los demás no podía hacer frecuentemente otra cosa, que solicitar el celo de los sagrados ministros. Así es, que si llegaba á sus oídos habla algún enfermo necesitado de socorro, que por vergüenza ú otro motivo se abstenía de venir al hospital, nuestro Venerable se dirigía á su casa, sin que de ella saliera sin llevarlo en sus mismos brazos. Acogido allí, le prodigaba toda clase de cuidados amorosos, tanto suministrándole alimentos y medicinas, como proporcionándole comodidad, aseo y asistencia continúa. Jamás rehusó el contacto con los leprosos, o enfermos de cualquier otro mal contagioso, curaba las llagas mas asquerosas, y experimentando al principio alguna repugnancia, se hizo violencia, hasta el punto de vencer cualquier disgusto o nausea que hubiera podido impedirle el ejercicio perfecto de su heroica caridad. Encontrándose muchas veces en el Hospital, algunos enfermos, que, o por la vejez, 6 por sus padecimientos tiritaban de frío, los estrechaba á su seno, y con su aliento, y con el calor natural de su cuerpo, procuraba infundirles la fuerza vital. Si concebía temores de que alguno necesitase de noche pronto y urgente socorro, ponía á los pies de su cama su jergón de paja, y allí se acomodaba, procurando estar siempre dispuesto para acudir en socorro del que lo llamase.

32. Todas las mañanas, según se lee en los procesos, luego que concluía sus acostumbrados ejercicios y devociones en la Iglesia de los Agustinos Descalzos, ó en cualquiera otra dé la villa, marchaba á la plaza pública donde por sí mismo, compraba los comestibles, y todo lo demás de que el Hospital necesitaba, ya para los enfermos, ya para los dependientes del mismo Hospital, ya para las provisiones de la cocina y otras oficinas, todo lo cuál, llevaba por las calles públicas el mismo Venerable Siervo de Dios. Luego que llegaba al santo establecimiento, no se contentaba con prestar á todos y á cada uno de los enfermos los caritativos servicios ya referidos, sino que se consagraba gustoso a los actos mas; humildes, haciendo las camas, barriendo lasa enfermerías y demás lugares, limpiando los vasos inmundos; llevando leña para el consumo del Hospital; y por último, consagrándose á cuanto era más humilde y trabajoso. Como su caridad era inexhausta y limitados sus medíos sucedía que las rentas del Hospital, aunque cuantiosas, eran relativamente escasas, y aunque espaciosas las salas, insuficientes para el número de enfermos. Para subvenir á la primera necesidad, andaba mendigando para sus pobres, no solo en su propia villa, sino también en otros lugares circunvecinos; sin cuidarse ni de las incomodidades del viajé, ni de las impresiones del mal tiempo, ni de los desprecios y repulsas: que debió sufrir. En el' tiempo de la recolección de granos andaba por las eras haciendo cuestaciones de semillas alimenticias, para el sostenimiento del hospital; y en tiempo de vendimia iba de bodega en bodega cargado con las odres, para recoger el mosto ó vino con que contribuían sus caritativos paisanos, llevándolo por si mismo á su hospital, para que bebiéndolo, restauraran las fuerzas sus pobres enfermos. Si de tal modo crecía el número de estos, que no era posible colocarlos en su hospital, cuidaba de conducirlos al hospital mayor, que existía en la misma villa de Medina del Campo, á donde los llevaba metidos en un carro tirado por un asno, destinado al servicio del hospital; y como sucedierais algunas veces que el animal, ó cansado ó reacio se detenía ó retardaba el camino, el Venerable Siervo de Dios, lo reemplazaba tirando del carro, manifestando en este humilde y penoso oficio una alegría extraordinaria.

33. Aunque estas fatigas y molestias proporcionaban al Venerable Siervo de Dios muchos consuelos interiores, y lo atrajeron la admiración y la estimación de muchos, fueron sin embargo, algunas veces ocasión de que sufriera injurias y malos tratamientos. Algunos empleados y criados del hospital que debían venerarlo, como autor del piadoso establecimiento, ya por contrariedad de genio, ya por maldad de ánimo, no solo le faltaban al respeto, sino que le trataban con aspereza, con altanería y despreció. Aunque nuestro Antonio o n ponía su acostumbrada tolerancia y mansedumbre, ellos aumentaban los escarnios y las afrentas, y el su tranquilidad, su serenidad y su paz. Fuera del hospital hubo también hombres violentos que contribuyeron á que resplandeciera más su paciencia maravillosa. En una ocasion, hizo el .Venerable Siervo de Dios compra de pan para el hospital, que no pago puntualmente. Un panadero que le vio, creyó que el pan había sido tomado, y que Antonio valiéndose de la confusión quería llevarse1o sin pagar, razón por la que acometiéndolo y llenándolo de improperios, le dio una fuerte manotada. El Venerable Siervo de Dios siguió sin turbarse y á la letra el consejo del Evangelio y presento la otra mejilla. Este suceso ocurrido en la plaza pública hizo que se levantara un grito de indignación de todos los concurrentes, que unánimes vituperaron la injusta y violenta agresión del panadero, que arrestado fue, conducido á la cárcel y sometido á la formación de causa criminal. Antonio compadecido de la desgracia de su ofensor, se dirigió al Juez para impetrar gracia en favor suyo. El Juez admiró la virtud del intercesor, pero no creyó que debía acceder á sus deseos. Antonio por su parte redoblo sus súplicas, y fue tanto lo que hizo y dijo, que al fin fue el reo puesto en libertad

31. Más continua y mas larga fue la molestia que causo al Venerable Bermejo, un tal Pedro Rodríguez habitante de la misma villa, el cual mientras por un lado parecía emulo suyo en virtud, era en efecto por otro, el instrumentó mas propio para afinarla. Este hombre dueño de un patrimonio bastante decente, siguió el ejemplo de Antonio, haciendo cesión de sus bienes al hospital con la obligación de que le diera alimentó y habitación, arrogándose derechos y títulos iguales á los del Venerable Antonio, tenía gusto especial en contrariarlo en todo lo que podía, haciéndole sentir todo el peso de su carácter áspero y fastidioso. Antonio suave, sufrido y benévolo damas dio señal alguna de disgusto o de aflicción; y por el contrarío le correspondía con un afecto tierno, con una benignidad sin igual, acreditando así que él era gigante en virtud, y su rival una miserable imitación.

 

CAPITULO VI.

Ejercicios de piedad practicados por el Venerable Antonio en el hospital de S. Miguel.

 

35. Hemos considerado hasta ahora la vida externa del Venerable Alonso en sus relaciones con los hombres, y al verle ocupado de día y de noche en promover el bien del prójimo, y sacrificado por su salud, no faltará alguno que crea ver en él la Marta del Evangelio, siempre solícita por servir al Señor, en la persona de sus pobres. En efecto, Antonio, que habla escogido aquel sistema de vida para vivir enteramente retirado y absorto en Dios ¿como pudo encontrar en aquel Hospital, el reposo y la soledad del yermo? Sin embargó, allí encontró cuanto necesitaba para la vida interior y escondida en Dios, pudiendo con una oración constante y perpetua, emular á los mas insignes y mas contemplativos solitarios, allí atendía continuamente y sin descanso á los enfermos, consagrándose al mismo tiempo á la oración mental y vocal, á la asistencia á los divinos oficios; á la frecuencia de los sacramentos, á la visita de las iglesias, y á oteas obras semejantes de piedad, cosas ambas que están justificadas con él testimonio de testigos imparciales, Antonio dé tal modo supo practicar las obras de amor á Dios y de caridad al prójimo, que acreditó, no solos que no son incompatibles, sino que unas y otras están unidas con muy estrecho vínculo. Así debe ser, porque Cristo Señor Nuestro, al enseñarnos los dos grandes preceptos del amor, en que se reasume toda la ley evangélica, nos previene que el segundo es semejante al primero

36. Antes de detallar el método de vida de Antonio, bajo este nuevo punto de vista, creemos necesario hacer algunas advertencias, ya para desvanecer cualquier dificultad que pudiera ocurrir á la mente del lector, ya para que esta vida sirva de instrucción práctica á todo el que de ella quiera aprovecharse. ¿Como pudo el Venerable Bermejo estar tan consagrado á las prácticas de piedad, al mismo tiempo que tenía á su cargo todos los cuidados y ocupaciones propios de un padre de familia con muchos hijos, y todos enfermos, con el suficiente número, de asistentes y criados á cuyo sostenimiento debía atender, y esto implorando en porte la caridad del prójimo? Esto se comprenderá fácilmente, reflexionando que Antonio, pródigo de si mismo y de todos sus haberes por amor al prójimo, fue pareo y sumamente cuidadoso, más de lo que se puede crear, en el empleo del tiempo, pues empleando el que tenia con sabia distribución y economía pudo satisfacer todos sus compromisos y propósitos. Además de esto, de tal modo logró conciliar sus deberes para con Dios y para con el prójimo, que el cuidado de los enfermos no te impedía orar, ni la asistencia á los ejercicios de piedad le privaba de atender á la asistencia de aquellos. Necesario es explicar este hecho, porque nos ayuda á concebir una idea del género de vida que traía el Venerable Siervo de Dios.

37. Antonio, como enemigo declarado del ocio, no solo se aprovechaba de todos y do cada uno de los momentos de su vida, sino que se substraía de todos aquellos honestos pasatiempos en que hubiera podido lícitamente recrearse un poco para alivio de sus fatigas. Todo su alivio lo encontraba en Dios; así es, que huía de toda conversación mundana, no se ocupaba de cosas extrañas á su cargo; y hablar con él de noticias, de sucesos, ó de asuntos ajenos á aquellos á que le llamaba la justicia ó la caridad era perder lastimosamente el tiempo. Brevísimo era el tiempo que invertía en comer y dormir, y aun había encontrado el medio de no robar este tiempo á sus pobres, supuesto que comiendo en el hospital y durmiendo al lado de las camas de los enfermos, cuando se agravaban, estaba siempre dispuesto á prestarles auxilio, siendo común soldado vigilante que nunca abandona la guardia. Ahora bien; figurémonos un hombre que haya empleado poco ó casi ningún tiempo de su vida en recreaciones, en comer y dormir, y veremos que este hombre ha redoblado el capital de su tiempo, y habrá podido hacer por sí solo todo lo que dos personas distintas serían capaces de hacer, atendiendo cada una á diversas ocupaciones.

38. A este diligentísimo uso del tiempo se agrega el orden dé las varías ocupaciones, y la exacta división dé las horas, que distribuidas con método desde las dos de la madrugada, hasta la medía noche siguiente, formaban una serie no interrumpida de ejercicios de piedad hacia Dios, y de caridad hacía el prójimo. Daba principio .í sus actos de piedad con los ejercicios de la Cruz, poniéndose una cruz pesada sobre los hombros y meditando con ella las estaciones del Vía crucís. Después se tendía sobre la Cruz y meditaba en ella la crucifixión del Señor, y por último levantándose y apoyándose en ella con los brazos tendidos á manera de Crucifijo, meditaba los dolores de Cristo Señor Nuestro, cuando estuvo pendiente del santo leño, y fue levantado en alto. Concluido esté ejercicio se daba la disciplina, después de la cual tenia una hora de meditación. Hecho esto, salía de casa, que en él invierno era antes de amanecer, y se dirigía á la iglesia de los Agustinos descalzos, pasando por el cementerio, junto al cual oraba por los difuntos. Al llegar á la Iglesia, sí la encontraba cerrada, se ponía de rodillas á sus puertas, esperando á que la abriesen. Luego que entraba en ella volvía á meditar, hacia la visita del Santísimo y de los altares, asistía ni divino sacrificio dé la misa, y recibía los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, que en los últimos años de su vida se le administraban diariamente.

39. Concluidos sus actos de religión, volvía Antonio al lado dé sus enfermos y después que los habla visitado, iba á proveerse de todo lo que debía servir, para consumo del Hospital. A su vuelta eran su reposo nuevos ejercicios dé piedad, meditando nuevamente, rezando el rosario y leyendo libros espirituales. Desde las nueve de la mañana, hasta él medio día, se consagraba á sus pobres, prestándoles los servicios de que liemos hablado en el capítulo anterior. Sí le sobraba tiempo, visitaba los enfermos que había fuera del Hospital, ó lo invertía en otras obras caritativas. Al mediodía, asistía á la comida de sus enfermos, asistiéndolos con su propia mano, y luego que concluía, hacia el una comida sumamente ligera, y después reposaba un poco. Desde las dos á las tres de la tarde, volvió á consagrarse á la meditación, y todo el resto del día era una sucesión continua de ejercicios dé devoción y de caridad hasta después dé las diez, y algunas veces, hasta las doce dé la noche, cuando por alguna circunstancia Babia omitido alguno de sus ejercicios, qué practicaba antes do entregarse al reposo. La observancia de este método revela por si misma, que la vida de Antonio podía llamarse justamente una oración continua, pero él encontró un medio dé llenar aquellas lagunas, que formaban las horas que consagraba a los enfermos y a otras ocupaciones. A fin de que ni aun en este tiempo estuviera su pensamiento separado de Dios, distribuyó todas las horas del día y de la noche en cinco partes; á cada una de las cuales asignó la contemplación do uno de los principales pasos de la Pasión de Jesucristo, esto es, la oración en el huerto, los azotes, la coronación de espinas, marcha al calvario y crucifixión;  por consiguiente, cualesquiera que fuesen sus acciones externas, siempre estaba dedicado al ejercicio de la oración mental. Si volvía de la plaza pública` cargado de provisiones, con su mente estaba en Getsemaní, ó en el pretorió de Pílatos; sí cargado con un haz de leña volvía del monte vecino, con el pensamiento seguía á su Señor por la cuesta del Calvario, y sí junto al lecho de un moribundo le prestaba con amor todos los auxilios, fijos tenia sus ojos en Jesús, agonizando en la Cruz. De este nodo servía corporalmente a sus prójimos y estaba al mismo tiempo unido con el alma á Jesucristo. Estas contemplaciones le infundían mayor gozo, vigor y paciencia para desempeñar sus ocupaciones manuales, y bajo el peso de trabajos sostenidos por amor al prójimo, su alma corría mas codiciosamente á confortarse en el pensamiento de su Redentor. Así se admiraba en Antonio aquella doble unidad que divisaba en la caridad el Pontífice S. León, cuando, dijo: «Virtus el sapiencia fideí chrístíanae amor Dei est, el amor proximi neque ello carel píetatís o f flícto cuí studíum est collere Domínuni, el juvare conservum. Harum autem a f feclíonum duplex unítas omní quídem esi tempore exercenda el pro ficienler augenda.

Explicado así el modo y forma con que Antonio podía cumplir su doble cargo, debemos explicar por partes los varios ejercicios de piedad á que atendía; pero ya limos hablado de algunos al tratar de su método ordinario de vida, y nos ocuparemos separadamente de otros, cuando tratemos de las instituciones que estableció en su patria. Omitiendo repetir sus largas y continuas meditaciones y demás ejercicios, recordaremos, que rezaba todos los dios el ofició de la bienaventurada Virgen, según la regla de los Terceros de S. Francisco, comulgaba espiritualmente y examinaba con escrupulosidad su conciencia muchas veces al día, teniendo presentes todas sus acciones. No pasaremos en silenció, que cuando algún ofició de caridad no se lo impedía, asistía á las funciones eclesiásticas, á los oficios divinos, á las 'procesiones y novenas, á los sermones, pláticas y explicaciones de los sagrados libros, y procuraba instruir por sí mismo á los niños y á los ignorantes en los rudimentos de la Religión.

12. Así como la devoción á la Pasión de nuestro Señor Jesucristo fue, según dice tino de sus confesores, su devoción característica y el alma de las flemas, así uno de los ejercicios predilectos de Antonio, era, el del Vía Crúcís, con el cual aspiraba á su santificación y a la de  los otros. Todas las tardes se reunía en la Iglesia del Hospital con los criados y otros fieles, y después de rezar el santo rosario, empezaba la visita de las estaciones del Vía Crúcis. Durante este ejercicio, Antonio se hacia superior á sí mismo, desempeñando un apostolado lo verdaderamente singular, supuesto que al hacer las consideraciones propias de cada estación, dirigía la palabra a sus oyentes, dando salida á los piadosos afectos que inundaban su corazón. Antonio no era en estas ocasiones el rústico labrador que apenas sabe leer ni escribir, era en teólogo profundo que hablaba de los divinos misterios con tal solidez de doctrina, y con tanta precisión de lenguaje, que excitaba la admiración de las personas mas doctas; era un orador cuya elocuencia clara, robusta, y triunfadora avasallaba las inteligencias y los corazones, y conmovía á sus oyentes, haciéndoles derramar .lagrimas, que el también derramaba.  No fueron pasajeros los efectos de estas emociones, porque el siervo de Dios se proponía con estos ejercicios la, conversión de los pecadores, y consta que fueron muchas y prodigiosas las que hizo. Varones muy instruidos, y, que con animo imparcial y tranquilo han podido juzgar, este extraordinario fenómeno, lo atribuyen á un don particular del Espíritu Santo. En efecto, todo el que conocía á Antonio, le oía hablar, y consideraba los efectos, que, en el .y en otros producía su, palabra, encontrará  algún motivo de aplicación del siguiente texto del Príncipe de los Apóstoles. Et quídem sgper servos oreos et super ancíllas meas ín diebus íltís e f fundám de Spíritu meo et prophetábuval.  

CAPITULO VII.

De los votos que hizo el venerable siervo de Díos, y de la exactitud con que los cumplió. 

43. Para tener una vida semejante á la del religioso mas perfecto, que era lo que Antonio se proponía, era necesario que se ligase con votos, que consumaran el sacrificio, que debe hacer de sí mismo todo el que aspira á la perfección de los consejos evangélicos. Estos votos, comprenden el holocausto de los bienes materiales del cuerpo y d.; los sentidos; y por último, de la propia voluntad, de tal nodo, que el que promete y observa pobreza, castidad y obediencia, consagra todas sus cosas, y se sacrifica a si mismo á Dios. El venerable Bermejo contrajo estos, votos con permiso de se confesor, y los observó con la mayor fidelidad. Fue tan celoso guarda de la pobreza, que después de haber cedido todos sus bienes en beneficio de los pobres, y do haberse reducido a la misma condición que ellos, jamás tuvo nada propio. Uno de sus confesores afirma, que Antonio vivió en suma pobreza voluntaria, y añade: «desde que hizo este voto, y renunció sus cuantiosos bienes temporales en favor del Hospital, jamás volvió á poseer nada, y si alguna vez se le regalaba alguna cosa, al momento la aplicaba al mismo hospital, sin retenerla para si mismo, ni hacer eso alguno de ella, deseando únicamente verse pobre y carecer hasta de lo necesario que comúnmente se busca y apetece para poderse sostener y vivir (4 ).Todos los dones y limosnas que recibía los empleaba en beneficio de sus pobres: y por último, aun aquéllos objetos piadosos que se le regalaban, los distribuía, ya para alentar la pie dad de los demás, ya como premio de la limosna con que algunos contribuían para el socorro de los pobres. Con respecto á la habitación del Venerable Bermejo, no solo no se contentó con tenerla á título de caridad, como un pobre de su establecimiento, sino que aun fue mucho mas allá. D. Fernando Rodríguez Chico, Párroco de la Nava del Rey, y comisario del Hospital declara: «Que el Venerable Siervo de Dios, fue tan pobre, que ni aun dentro del Hospital tuvo habitación propia, ni destinada para su uso, porque en cualquiera de sus salas ó rincones se acomodaba, variando de sitio, según lo exigían la caridad y las circunstancias (2). Tubo por último, una habitación en que murió, pero tan pobre y falta de todo ornato, que a excepción del jergón en que dormía, de algún mueble muy ordinario y algunas imágenes grabadas en papel, nada más podía encontrarse. Esta habitación estaba situada en el piso superior é inmediata á una cocina.

15. El traje del Venerable Alonso no era mas esplendido que su habitación. Jamás usó más ropa interior, que un saco de tercero de está orden de penitencia, saco de cuya aspereza y otras cualidades humildes y aflictivas, da testimonio él cirujano del Hospital D. Antonio de la Fuente (1). La ropa interior era también de paño burdo y del color franciscano, ropa que usó constantemente desde que se retiró al hospital. El sombrero blanco que llevaba, era también viejo y estropeado, y los zapatos, el deshecho de los criados y enfermos del hospital. Contribuía a hacer más humilde y desastroso este traje, la piedad indiscreta de los fieles, que por la veneración en que lo tenían, cortaban pedazos de su vestido. Solo la obediencia á que Antonio subordinaba las demás virtudes, podía obligarle á que compusiera su vestido o a tomar otro nuevo. Pobre era igualmente su alimento, como veremos al tratar de la templanza, pobre era en todo lo que sé refería al cuidado del cuerpo, y en vez de aprovecharse de los servicios de otro, el  mismo servia y asistía á los pobres. Fácilmente se comprende que está pobreza no era solo exterior, sino también (le espíritu, porqué era de su libre elección, y aun, salvo el voto, hubiera podido practicarla dé un modo. menos rigoroso porque con ella se encontraba tan contento, que no la hubiera cambiado por el tesoro mas precioso. Temeroso de no seguirla con exactitud, pedía á Dios le diera espíritu, y le concediera aquella misma pobreza que profesó el Señor mientras vivió en el mundo (2). Sí con el amor y la observancia de la pobreza marchaba el Venerable Antonio a la beatitud prometida á los pobres de espíritu, con la esmerada guarda y custodia de la castidad, aspiraba á la que está reservada a los limpios de corazón. Los que con intimidad lo conocieron y trataron, atestiguan que fue virgen purísimo, y que conservó su pureza intacta y sin mancha hasta la muerte; que fue purísimo en sus pensamientos, palabras y obras, sin en que nada de esto pudiera notársele la mas mínima imperfección, llegando alguno hasta afirmar, que de cuantas almas conoció y trató en los diferentes países que hacía recorrido, río encontró ninguna tan pura como la de Antonio. (1) No costó poco al venerable Antonio conservar ileso este tesoro en los prolongados años que vivió, habiéndose visto en algunas ocasiones obligado á defenderlo de los asaltos mas furiosos del enemigo. La oración continúa, implorando gracias y auxilios abundantes, para que su mente no se separara nunca de Dios, y la custodia mas severa de sus sentidos eran entre otros los medíos á que acudía. Persona que lo conoció bien de cerca declara, que para conseguir estos triunfos sobre la carne, Antonio observaba suma compostura y modestia en todas sus potencias y sentidos, y sí alguna vez tenía necesidad de hablar con alguna mugir, sobre cualquier asunto espiritual, ó sobre cualquier negocio urgente, no pronunciaba mas palabras que las necesarias, sin mirarla, ni levantarla vista, evitando toda vana curiosidad (2).

17. Jamás se verificó que se encontrase solo con persona alguna, de quien pudiera temer el mas remoto peligro. En su transitó por las calles, se mostró siempre serio en el semblante, grave en el porte, compuesto en las acciones y mesurado en los movimientos. Siempre marchaba con los ojos fijos en la tierra, sin observar á objeto alguno, sin distraerse en conversaciones curiosas, sin pronunciar ni escuchar palabras superfluas, respirando modestia en todos sus pasos, acciones y palabras, hasta el punto de parecerá algunos, mas bien un ángel del cielo, que un hombre de la tierra. (1) Esta pureza angelical, que tan admirable era en el, era el fruto de luchas sostenidas con vigor, y de asaltos contenidos con energía. Por lo que el mismo reveló, y por declaraciones de los que conocieron su interior resulta, que siempre sostuvo ileso su candor, a pesar de las continúas y fuertes tentaciones, con que el común enemigo procuró

engañarle y robarle tan precioso tesoro. (2) Estas tentaciones eran para el un martirio penosísimo, que no le abandonaba ni cuando oraba, ni cuando se disciplinaba, y hasta cuando se acercaba ú recibir la Santa Eucaristía, el enemigo tentador turbaba su imaginación, ya para hacerle caer, ya para hacerle creer al menos, que había caído. Cierto es, que el enemigo jamás consiguió que contrajera la mas leve mancha, ni que desistiera del bien que hacía, pero Antonio sufría, y para resistir los asaltos, procuraba tener sujeta su carne, afligiéndola con vigilias, ayunos, penitencias, disciplinas, cilicios y otras clases de mortificaciones.

18. En premió de estas victorias, que Antonio alcanzaba sobre los movimientos del sentido, el Señor le concedió fuera auxilio de aquellos que sufrían semejantes luchas, o deploraban sus tristes efectos. Narrase que no pocos se vieron libres del vició de la impureza ó de tentaciones gravísimas, con solo manifestarle sus miserias, pedirle consejo ó recomendarse a sus oraciones. Se cuenta de un joven que encontrándose muy violentamente combatido, y no sabiendo que hacer, acudió al venerable Siervo, de Dios á quien revelo con ingenuidad el estado peligroso de su alma. Antonio compadecido de la debilidad del joven, lo exhortó para que resistiera con vigor, y confiara en la divina gracia, que jamás le faltarla; e imitando lo que en una circunstancia semejante se lea de S. Felipe Neri, le estrecho fuertemente entre sus brazos, en cuyo acto se disipo la tentación, y cesó para siempre la tempestad, que agitaba la imaginación y el corazón de dicho joven

49 Se lee en los procesos, que una señora casada cediendo á las tentaciones que la acometieron, durante la ausencia de su marido, había faltado a la fe conyugal, y que temiendo los tristes efectos de su delito acudió a tomar consejo del venerable Siervo de Dios, que se compadeció de aquella infeliz, como el Divino Maestro se había compadecido de la adúltera de que nos habla S. Juan (4 ). Nuestro venerable la mando que hiciera una confesión general de todas sus culpas, y que tuviera confianza en Dios, asegurándola, iluminado sin duda por una luz celestial, que no tendría consecuencia su delito, como así sucedió. (4) El auxilio que se imploraba de Antonio, no solo libraba de caer al que estaba en peligró, sino que servia para levantarse del fango en que yacía el que había caído, y evitar les vergonzosos efectos de la caída.

50. Semejante al, sacrificio que Antonio hizo a Dios de los bienes estemos y de su cuerpo, fue el que le hizo de su juicio y voluntad, sometiéndose y obedeciendo á todos aquellos que ocupan en la tierra el lugar de Dios. Del mismo modo que en la casa paterna estuvo siempre sometido, y fue en todo muy obediente a sus padres y abuelo, del mismo modo profesó en el hospital una obediencia ciega á sus superiores; ejecutando puntualmente y sin replica todo lo que se le mandaba, sin examinar ni discutir las ordenes recibidas, con generó alguno de observación. A lodo obedecía, y todo lo hacía con corazón y rostro alegre, creyendo que todo procedía de la voz del mismo Dios, no solo en cuanto á los mandatos, sino hasta en las exhortaciones y consejos de sus superiores. Llegó a tal extremo la sujeción de su voluntad propia á la de otro, que si un sacerdote cualquiera, ó seglar autorizado le indicaba hacer tal ó tal cosa, de este modo o del otro, á todo obedecía, como un muchacho. Por ultimó, no sólo aparecía obsequioso y obediente a sus iguales e inferiores, sino á los criados del hospital, y aun cuándo fuera un muchacho el que 1e previniera cualquier cosa, la ejecutaba, con tal que en ello no hubiera pecado, defecto ó imperfección. Así ponía en práctica el precepto del Príncipe de los Apóstoles. «Subjectí estote omní humanae creaturae propter Deum. (1)

54 . Donde sobre todo resplandeció la obediencia del venerable siervo de Dios, fue con sus confesores y directores espirituales. Nada se atrevía a hacer sin escucharlos como un oráculo; recibía toda palabra suya cono venida del cielo, y en sus consejos encontraba la solución de todas sus dudas y la. norma segura de todas sus acciones. El sacerdote D. Francisco Nuño, que fue confesor suyo ordinario desde que tenía -27 años, esto es, desde el año 1734 al 1758, en que murió el venerable siervo de Dios, nos dice, que hizo un voto particular de obedecer siempre y en todo sus ordenes, voto que cumplió exactamente, prestándole una obediencia sin igual (2). Esta obediencia sirvió. á Antonio, para que cuando, se mortificaba, no incurriese en excesos; ésta obediencia le indujo en los últimos años a beber un poco de vino, cuyo uso le era necesario por la edad y sus padecimientos, esta obediencia, en fin, era lo único que podía moderar los ímpetus de su caridad. Por buena y santa que fuese una cosa, la omitía con gusto, sí era opuesta á la obediencia. El limo. Sr. D. Agustín González Pisador, Obispo de Oviedo, declara, que confesándose el Siervo de. Dios en cierta ocasión con, un confesor desconocido, le previno que se abstuviese de comulgar, y así lo hizo sin replicar, sin embargo de que otros confesores que lo habían tratado mas, y experimentado su espíritu, le habían prevenido que comulgase diariamente (1).

52. A los votos de que hasta ahora hemos hablado, añadió Antonio otro, que demuestra la altura á que se

elevó en el ejercicio de la caridad cristiana, y consistía en seguir siempre el bien mejor y mas perfecto, y que creyese ser más del agrado de Dios. Leemos que Sta. Teresa, Sta. Juana Francisca Fremiot de Chantal, hicieron un voto semejante, y si nuestro Antonio imitó su ejemplo al hacerle fue igualmente constante y fiel en su observancia. No faltó quien calificase este paso de imprudente e indiscreto, pero el siervo de Dios, confiada en la aprobación de sus confesores, depuso todo escrúpulo y toda duda. El director espiritual de Antonio, en cuyo testimonio nos apoyamos, declara que siempre practicó dicho voto con el mayor consuelo, prontitud y alegría de su espíritu, y que admirablemente elegía siempre lo mas perfecto, discerniendo con la ciencia infusa, que el Señor le comunicó, y con el don de entendimiento que poseía perfectísimamente, entre lo bueno y lo mejor, para seguir siempre lo último. La facilidad y puntualidad con que cumplió este difícil voto, y las luces extraordinarias que el Señor le comunicó para practicarlo, prueban suficientemente cual era el espíritu de que Antonio estaba movido, ligándose de un modo tan extraordinario y sorprendente.

 

CAPITULO VIII.

Erección de las hermandades de la Sta. Escuela de Cristo y de la Virgen del Carmen.

153. Aun cuándo los principales medios de que el hombre puede hacer uso para procurar la santificación de los domas, (prescindiendo de la dispensación de las gracias celestiales, que hace el que administra los sacramentos sean la exhortación y el buen ejemplo; porque á vista de. las acciones y palabras de los otros, el hombre se siente movido naturalmente á obrar; sin embargo unos y otros solo producirían efectos pasajeros, si no fuera constante la eficacia de las instituciones. Esta es la razón por qué la Iglesia es tan fecunda en piadosos y santos institutos, y porque los grandes hombres excitados por Dios en todos. los siglos del cristianismo, para procurarla santificación de las almas, fueron en gran parte fundadores, ó promovedores, ó propagadores de alguna institución piadosa y benéfica.

Así es en efecto; los hombres mueren, pero las instituciones les sobreviven: los hombres cambian y las instituciones permanecen siempre las mismas.* El venerable Bermejo que ardía en deseos de infundir en otros aquella caridad que sentía en su seno, y anhelaba fuesen permanentes en su patria los efectos de su celo, excitaba á todos para que contribuyesen á transplantar a su país aquellos santos institutos que había observado eran en otras partes tan fecundos en frutos de vida y saludables efectos. El hermano Antonio, decía el Sr. D. Joxe Torrecilla, administrador del hospital de S. Miguel, fundado por el Siervo de Dios, procuró de tal modo la salvación de las almas, que continuamente se prestaba á su mayor bien y provecho, estableciendo congregaciones y hermandades. ('1)

54. Dos son de las que vanos á hacer mención especial; una, la santa Escuela de Cristo, que tiene por fin Instruir y ejercitar a sus congregantes en la perfección cristiana, con los piadosos ejercicios de la mortificación, con la frecuencia de sacramentes, observancia de los preceptos y consejos evangélicos, según el estado (le cada uno, y otra, la Hermandad de Ntra. Sra. del Carmen. Uno de los ejercicios propios de la Escuela de Cristo es la asistencia y servicio de los hospitales; y nuestro Venerable, que tan á pechos había tomado el ejercicio de la caridad hacia los demás, no podía encontrar medió más á propósito que procurar la erección de semejante congregación. Todos los que en los procesos dan testimonió de la virtud del Venerable Alonso, convienen en que esta congregación, se fundó en la Nava del Rey, por la solicitud y empeño de Antonio, que fue uno de sus' principales fundadores. El sacerdote D. Francisco Nuño, confesor de Nuestro Venerable, y que perteneció á dicha congregación, declara, que la Escuela de Cristo se fundó por su influjo. y representación hacia el año 1722 (2).

 

55. Los hermanos de la Escuela de Cristo se reunían al principió en el oratorio del Hospital, antes de que se construyese su Iglesia, pero como este oratorio era demasiado reducido, se trasladaron. á la Iglesia de los Agustinos reformados, donde permanecieron algún tiempo. Cono los hermanos deseaban poder tener un oratorio propio, y como Antonio creía muy conveniente que la escuela de Cristo volviese a su primitivo local, así como el que estuviese unida una Iglesia a su Hospital, propuso que con las limosnas de los hermanos y con otros fondos que tenía' disponibles, :y qué esperaba recaudar de la caridad de otros, se principiara á construir una capilla grande en el Hospital de S. Miguel donde podía reunirse la Escuela, y usar de ella como propia para los ejercicios, reuniones, y funciones religiosas. Aprobado que fue este pensamiento, la construcción de la Iglesia vino á completar la reedificación del Hospital. No repetiremos aquí lo que ya liemos dicho en otro lugar, sobre el empeño y fatigas sostenidas por Antonio, para la construcción del edificio y para proporcionarse los recursos necesarios. Mendigando, trabajando como un jornalero, y exhortando a los lemas á que siguieran su ejemplo, progresaba aquel doble monumento, la casa de Dios y la casa de los pobres, que debía ser para la posteridad la expresión fiel de su caridad para con Dios y para con el prójimo, caridad, que era el alma de todas sus acciones y de todos sus sacrificios. Antonio luchaba con una confianza victoriosa de todos los obstáculos, y Dios no le abandonaba. Faltándole un día recursos para la continuación de la obra, el sacerdote D. Francisco Nuño, y su padre, ricos poseedores de la Nava, contribuyeron, con algunos miles de pesos duros, con cuyo auxilió y las limosnas suministradas por otros devotos se terminó la obra. En vez de una capilla se tenía ya una hermosa y espaciosa iglesia dedicada al Arcángel S. Miguel, bien decorada, coronada con una elevada cúpula y enriquecida con cinco altares.

56. Luego que se concluyo la obra, se verificó la traslación de la Escuela de Cristo, (4) y Antonio lleno de jubilo por haberla llevado á termino feliz, se consagró á la otra mucho mas interesante de la edificación espiritual de sus hermanos. ¿Que valor tenía haber proporcionado á la Escuela un local mas amplió, sino hubieran sido numerosos los discípulos y todos ávidos del verdadero aprovechamiento? El Venerable siervo de Dios valiéndose de toda clase de insinuaciones y persuasiones, se afanaba porque se aumentase el número de los hermanos de la Escuela de Cristo, y su júbilo llegaba al extremo, cuando veía la asiduidad y frecuencia con que asistían á sus ejercicios. Sí por el contrarió, observaba en alguno frialdad ó retraimiento, procuraba comunicarle fervor y santo celo, porque quería que todos participaran del ardor de que él estaba animado. Procuraba principalmente, que se consagraran y aplicaran á la meditación que en la santa Escuela solía hacerse de los dolorosos misterios de la Pasión de Cristo, no dudando que aquella vía, por la que tanto había avanzado él en la caridad, conduciría á otras muchas almas al mismo feliz estado. Cono los hechos son mas eficaces que las palabras, nuestro Venerable era el primero en dar ejemplo de puntualidad, de compostura y modestia, de atención y devoción á todos los actos; y no solo observaba fielmente todas las reglas sino que gustoso abrazaba todos los actos de mortificación y aflicción de la carne, que se hacían con arreglo al instituto. De tal modo servia de edificación a los demás, que se aprovechaban (le su ejemplo, viendo un discípulo tan, perfecto de la santa Escuela, a cuya imitación se sentían impulsados.

57. La otra institución cuya erección promovió con ardor en su patria 'el Venerable Siervo de Dios, fue la hermandad de la Virgen del Carmen. Para obtener la competente licencia de los superiores de la orden del Carmen, el y D. Francisco Nuñó, otro promovedor de esta institución, acudieron al celo del Pro. D. Francisco Colmenero, hombre apostólico y celoso en promover la devoción del Santo Escapulario. Luego que se consiguió esta licencia y la del Ordinario, quedó erigida la Hermandad, e incorporada a la de Medina del Campo, hacia el año de 4730. (1) Concluida que fue la Iglesia del Hospital, se instaló en una de las capillas laterales, y de este ¡nodo Antonio podía frecuentarla fácilmente, como lo hacia con suma exactitud, cumpliendo todos los ejercicios y practicas de los hermanos. Con sus exhortaciones y con su ejemplo procuraba atraer a otros, y afiliados ya a que se distinguieran en la observancia ele todas las reglas proponiéndoles el bien que obtendrían del tesoro de indulgencias concedidas á esta obra por los Romanos Pontífices, y la protección de la Santísima Virgen, bajó cuya invocación se colocaban.

58. Los efectos correspondieron al celo 4 Antonio, porque todos sus paisanos y hasta los niños, acudían á tomar el santo Escapulario, que daba á todo el que lo quería. No satisfecho con haber proporcionado esta devoción, procuraba promoverla entre los forasteros, que en gran número acudían á aquella villa, especialmente en el tiempo de la recolección de granos y de la uva. Después veremos que Cambien la propagó en otros lugares circunvecinos. Tuvo gran cuidado de que en la Iglesia del hospital, y en el altar de la hermandad se colocase una hermosa imagen de la Virgen del Carmen, cuya festividad se celebrara anualmente con pompa, así como una novena preparatoria. Antonio saltaba de gozo al contemplar la gran concurrencia, que acudía á estas funciones. Ni de esta ni de ninguna otra obra piadosa, quiso jamás ser llamado fundador, rechazando todo titulo de gloria, y refiriéndola solo a Dios, autor de todo bien.

 

CAPITULO IX.

De otras obras de Antonio para procurar en su patria la santificación de las almas.

59. El amor es industrioso v activó, y el hombre al parecer mas inepto é impotente llega á hacerse eficacísimo cuando siente en su corazón algún afecto encendido.. Con mucha mas razón sucede esto cuando este afecto es` el amor, á Dios; -porques entonces el 'mismo objeto amado coopera con su gracia y poder divino, á hacer fecundos y productivos los esfuerzos del alma amante. Antonio legó, sin instrucción, pobre por haberse despojado de todos los bienes, sumamente ocupado, en los penosos oficios que había tomado sobre si, ardía en' amor a Dios, y por lo mismo quería que' todos le sirvieran y amaran; así es, que en su estado ejercía una especie de apostolado particular, cuyas pruebas maravillosas vamos observando. Sin embargó, nada de esto le bastaba, porque como la caridad no se sacia nunca, siempre pensaba en nuevos medíos de atraer almas á Dios. Rabia observado que entre los grandes santos escogidos por Dios para la santificación de un pueblo, brillaba como astro luminoso S. Felipe Neri llamado Apóstol de Roma. Uno de los principales medíos adoptados por este gran hombre para la santificación de muchas almas en la gran metrópoli del cristianismo fueron los ejercicios del Oratorio, cuya eficacia han recomendado sabios e ilustres escritores, y está confirmada por la experiencia, que es el criterio mas grave para juzgar de la bondad de un medio. Por una circunstancia de que después hablaremos, se le ocurrió á Antonio el pensamiento de introducir estos ejercicios en su patria, y principalmente en la iglesia aneja al hospital, la cual por las fundaciones en ella erigidas, y por la frecuencia con que acudía gran número de personas; era como un huerto escogido para criar y hacer florecer mil pimpollos de perfección cristiana. El Venerable Siervo de Dios hizo cuanto pudo para conseguir en favor de su iglesia el mayor y mas insigne beneficio esto es, que fuera en el mas verdadero y preciso, sentido la casa del Señor. Porque á la verdad, ¿dad, ¿como habría. podido haber en ella el pasto conveniente para la piedad de los fieles que concurrían, sí faltaba la fuente de vida, Jesús Sacramentado.

60. Para facilitar mas la concesión de este beneficio que otorgó la autoridad eclesiástica, concurrió la circunstancia de que dos personas piadosas querían dotar el mantenimiento de una lámpara para el Santísimo Sacramento. Antonio se valió do su confesor D. Francisco Nuño, a fin de que esta devoción se aplicase á la iglesia del hospital. y así se hizo, con lo cual se removieron los obstáculos que habla con beneplácito y satisfacción del cabildo parroquial. La sagrada hostia fue conducida solemnemente de la Parroquia á la Iglesia del hospital, hacía el año 1 751 concurriendo á la procesión el clero, ayuntamiento, y los vecinos mas notables de la villa. Grande fue la alegría del pueblo, pero fue mayor la de Antonio, que habiendo trabajado tanto para la edificación de la casa del Señor, veía era conducido á ella con tanta pompa y solemnidad. Enriquecida su iglesia con este inestimable tesoro, pudo Antonio introducir en ella los ejercicios del Oratorio de San Felipe Neri, puesto que en aquellos días llegó a la Nasa un presbítero felipense de la Congregación del Oratorio de Madrid, al que había hospedado en su casa D. Francisco Nuño. , Nuestro Antonio se aprovechó de esta circunstancia y rogó al Presbítero felipense procediera á inaugurar las practicas y ejercicios prescritos por se Santo Fundador.

El piadoso sacerdote accedió muy gustoso, y conseguida la licencia de los comisarios, patronos del hospital, se dio principió á la empresa, haciéndose los ejercicios en los días feriados para solo hombres y en los festivos para ambos sexos. (1) Los Presbíteros D. Francisco Nuño y. D. Fausto de Oro, ambos confesores del Venerable, y grandes admiradores de sus virtudes, se prestaron con muy buena voluntad, a hacer las platicas y exhortaciones, y la obra echo tan profundas raíces y fructifico (le mal modo, que no solamente continuó después del fallecimiento de Antonio, con gran provecho de las almas, sino que el concurso en los días festivos se aumentó basca el punto de ser ya demasiado angosta la iglesia del Hospital, razón por la que fue necesario trasladar los ejercicios á la Iglesia Parroquial, haciéndose sólo en aquel los de los días destinados para solo los hombres.

61. Para que Antonio fuera el Apóstol de se país, no le faltaba mas que tener facultados para anunciar la divina palabra y mover los corazones, conduciendo a los hombres por las vías de la salud. Como ni se estado, ni se condición se lo permitían, se afanaba para conseguirlo por medio de aquellos que podían hacerlo, participando así de sus merecimientos. El Ilmo.. Sr. Obispo de Teruel Sr. Rodríguez Chico, declara que tuvo sumó celó por la honra y gloria de Dios, y salvación de las almas, según lo denotaban modas sus expresiones, y la diligencia y solicitud que empleaba, para que vinieran a la ¡Nava misioneros apostólicos y otros predicadores celosos. (1) Para que su patria disfrutara mas frecuentemente de tan saludable beneficio, procuraba que los misioneros y predicadores, cuya venida solicitaba, fueran hospedados en las habitaciones del Hospital, y asistidos en modo con el mayor decoro y solicitud. El Venerable Antonio, tenía sin duda presente este hermoso pasaje de San Mateó X. 11,1 Quí recípit prophetam in nomine prophetae mereccectem prophetae a'ccípet.

62. No era menor el esmero y solicitud con que se valía del celo de los eclesiásticos y de otras personas autorizadas, para reprimir y evitarlos escandallos, para que cesaran los pecados públicos, para cuya extirpación no fueran suficientes sus propias fuerzas. El cura párroco de la Nava del Rey declara que siempre y cuando tenia noticia de algún escándalo o pecado público, cometido, ya en la Nava del Rey, ya en otro pueblo inmediato procuraba evitarlo ó reprenderlo, ó por si mismo ó por medió de' algunas personas prudentes, eclesiástica; y autorizadas. (4) Grandes eran los triunfos que nuestro Venerable conseguía aun obrando directamente solo por sí mismo, ya por el gran crédito y fama que tenia, cuánto por los medios suaves y convenientes de que se valía, insinuando y hablando con una fuerza y eficacia sorprendentes. Los que así eran fraternalmente amonestados por el Venerable siervo de Dios, declara el Presbítero D. Ildefonso Chíco Luengo, jamás se daban por ofendidos, reconocían la eficacia y fuerza de la razón, la suavidad y afabilidad de su trato, la necesidad que tenían de aprovecharse de sus consejos, de huir del pecado y de-imitar. lo mejor que les fuera posible se 'vida inocente ¡y sus santas costumbres. (1) El mismo testigo declara, se acuerda en particular de en escándalo público, que el siervo de Dios remedio en Medina del Campo, con en sujeto de gran distinción, que después quedó muy agradecido al Venerable Antonio.

63. No era solamente en los casos ó circunstancias que le ocurrieron de tener que evitar escándalos ó pecados, en los que ejercía su celo con piadosas exhortaciones y saludables consejos; sino siempre y donde quiera que hubiera ocasión, sus discursos eran de argumentos espirituales, dirigidos al bien del prójimo, siendo se conversación constantemente provechosa para alegar á los demás del pecado, ó para hacerles progresar en la virtud. D. Fausto de Oro, amigo suyo, declara, que toda la vida del Venerable Siervo de Dios fue un vivo y eficaz sermón y exhortación, para que se enmendaran y convirtieran los pecadores. (1) Para acrecentar eficacia á las palabras y al ejemplo, se valía Antonio del poderosísimo elemento de la oración, y no satisfecho con lo á que él incesantemente se consagraba para tan santos fines, excitaba á los domas a que oraran, y para alcanzar la misericordia divina afligía se inocente cuerpo con varías penitencias y mortificaciones en espiración del prójimo, y para mejor conseguir la gracia de que se convirtieran. Era tan vehemente este deseo suyo de ganar almas que el ya referido Obispo de Teruel declaró; no tenía duda alguna de que Antonio estaba dispuesto a perder la vida, si fuese necesario, para la conversión de en pecador.

61. Cuando tenia noticia de que algún pecador abandonaba sus vicios y se convertía á Dios de todo corazón ;se sentía inundado de suma alegría y consuelo. A todo el que deseaba progresar en la virtud le daba los consejos y auxilios que le pedía. Así lo experimentaron tres doncellas de la, villa de la Nava del Rey, que deseando abrazar el estado religioso, y viéndose privadas de dote acudieron al Venerable Siervo de Dios para que las prestara se protección, consejo y apoyo, como se los prestó en efecto, consiguiendo á poco tiempo ingresar en el monasterio. Ni se debe ni se puede pasar en silencio el cuidado de Antonio por la instrucción religiosa del pueblo, supuesto que, para inclinarla voluntad al bien, ayuda sobre todo la ilustración de las inteligencias y procurar que desde muy tierna edad se infundan santos principios. Para conseguirlo, no solamente estimulaba el celo de los párrocos y sacerdotes, sino que lo hacia por si mismo, en todo lo que es permitido a un seglar. Esta instrucción la sabia comunicar muy bien nuestro Venerable, aun cuando fuese un sencillo labrador, ya por que sus padres hablan cuidado de su instrucción religiosa, ya por que él escuchando y leyendo había procurado instruirse en este punto, ya mas principalmente por que el Señor lo había enriquecido con luces especiales. Por este y otros medios semejantes procuraba Antonio poner en practica estas memorables palabras suyas.-«Señor, yo no quiero ser bueno solo para mí, sino hacer en cuanto me sea posible que todos se duelan de sus pecados y que nadie os ofenda; que todos reconozcan vuestros divinos beneficios y bendigan vuestra muerte y Pasión. » 

CAPITULO X.

Salidas y peregrinaciones del Venerable Antonio para procurar la salvación de las almas.

0 65. La gran caridad que tanto abundaba en el corazón del Venerable Siervo de Dios, y su celo ardiente por la salvación de las almas no podían reducirse á los estrechos confines de su patria, y tenían necesidad (le difundirse en una esfera mas dilatada. As¡ es, que cuando vela que el Hospital no necesitaba de su asistencia, solía marchar á otros lugares y ciudades circunvecinas, donde desplegaba su celo con aprovechamiento del prójimo. Haciéndolo así, no solo socorría en gran manera á aquellos entre quienes estaba y había ido a buscar, sino que no dejaba de ser útil á los de que se había alejado: porque recomendando su hospital á la caridad de los fieles, volvía á el con abundantes limosnas, que ponla fielmente á disposición de su piadoso Instituto. El fin directo de estos viajes, era como ya dijimos, ganar almas para Jesucristo, fin que principalmente conseguía promoviendo la devoción del Vía-Crucis, del santo Rosario, del santo Escapulario y otros semejantes, para que acostumbrándose los fieles á meditarla Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y á acudir al poderosísimo patrocinio de la Madre de Dios se afirmasen en la sólida piedad, y asegurasen su salvación. Este pensamiento lo comunicó á sus confesores, y aprobado por ellos, lo puso en práctica afrontando valerosamente las fatigas, las molestias y lo peligros que encontraba.

66. Este rasgo de la vida de Antonio merece ser especialmente considerado, porque forma un tipo especial del Venerable Siervo de Dios. Decía un famoso escritor, que para medir el grado de industria á que ha llegado algún pueblo ó individúo en cualquier ramo particular, debe atenderse á la escasez de los medios y de los instrumentos, comparados con la grandeza de los resultados; así es, que cuanto mayores son estos y mas escasos aquellos, tanto mayor debe ser considerada la industria del que obra. Esta misma observación es aplicable al Venerable Antonio, para sabor apreciar con justicia su santo celó y la sabiduría divina que lo guiaba, y se servía de él para sus misericordiosos fines. Aun cuando el ejercicio del Apostolado está reservado directamente a los pastores de las almas y á los sagrados ministros de la religión; es sin embargo muy laudable y bello que un seglar, que un simple fiel, coopere, cuanto lo permita su estado, a este divino y excelente ministerio. La gran dificultad que suelen oponer los que estas en el siglo consiste en que dicen -¿Cómo estando privados del sagrado carácter' de la misión divina y de la potestad eclesiástica, y con frecuencia de la ciencia de que' necesita un promulgador de la palabra divina, han de poder los seglares desempeñar funciones que son naturales en el Obispo y en el sacerdote, y que  en un seglar parecen una extravagancia? Yo creó que todos estamos llamados á conquistar almas para el cielo, y á este fin consagro su vida el Venerable Siervo de Dios. Hasta ahora liemos visto, que ejerció una especie de apostolado en su misma patria; pero parece que esto ni escode los límites ordinarios, ni es una cosa desusada ó poco vista, lo que sí tiene un carácter especial, que distingue al Venerable Siervo de Dios, es que marchase á otros países y lugares para evangelizar los pueblos, sin hollar la disciplina eclesiástica, y sin salir de la esfera tic acción que lo señalaba su estado.

67. Luego que llegaba el tiempo en que el Venerable Siervo de Dios podía alejarse del hospital, sin perjuicio dedos enfermos, se proveía de abundantes objetos do devoción, que le suministraban las personas devotas conocidas suyas, y consistían en rosarios, escapularios, sagradas imágenes. Canciones  y libros piadosos sobre la Pasión del Señor. A muchos miles ascendía el número de estos objetos, que podía llevar tanta mejor, cuanto que constituían todo su equipaje, en atención á que nada llevaba, ni aun para alimentó suyo, porque todo lo fiaba á la divina providencia. El Siervo de Dios cuidaba además de proveerse de las licencias necesarias para todo lo que se proponía hacer, ya de la abadía de Medina del Campo, ya de la diócesis de Valladolid, ya de otros Ordinarios y los párrocos, ya de los superiores de las órdenes de Santo Domingo y del Carmen en lo respectivo á la inscripción (le hermanos en las Hermandades del santo Rosario y del Carmen. Provisto (le estas licencias, se dirigía á aquellos puntos ó lugares donde se proponía propagar sus devociones. Luego que llegaba á algún pueblo, se presentaba al cura párroco, al que exhibía las licencias del Ordinario, y por su parte le suplicaba convocase á los fieles á la Iglesia, para rezar el santo Rosario y hacer el ejercicio dei Vía Crúcis. (1) El mismo Venerable Antonio avisaba a los habitantes del lugar, recorriendo las calles y las casas, y exhortando á todos para que fueran a la Iglesia, cuando oyesen el tañido de la campana. Muchos eran en verdad los que concurrían, unos por devoción, y otros por curiosidad.

68. Reunidos; los fieles en la Iglesia, empezaba el rezo del Rosario y después se hacia el ejercicio del Vía

Crucís, del modo que ya hemos referido, (2) esto es, recitando las consideraciones propias de cada estación, añadiendo á aquellos, actos de amor, de acción de gracias, de contrición y otros semejantes, que le sugería el espíritu de caridad. Hecho esto, exhortaba á los fieles, para que repitiesen estos ejercicios, ya en sus casas, ya en las Iglesias, y para que se inscribiesen en las hermandades del Rosario ó del Carmen, cuyos tesoros de indulgencias les explicaba con el fin de atraerlos. Si encontraba a algunas personas necesitadas o deseosas de instruirse en los rudimentos de la doctrina cristiana, nuestro Venerable se prestaba con sumó gustó á enseñarlos. Á todos aquellos que consideraba idóneos de inscribirse en la orden tercera de S. Francisco ú otro instituto semejante. los impulsaba para que lo hicieran, y con empeñó fundaba la Santa Escuela de Cristo ú otras obras de piedad en los países ó lugares que eran aptos para recibirlas. Por último, antes de abandonar el lugar de su misión , si se nos permite esta palabra, distribuía al pueblo coronas, escapularios, libritos é imágenes, recomendando solamente sus pobres enfermos, y recibiendo las oblaciones espontáneas, sin obligar á nadie a que diese nada, ni cómo merced, ni como remuneración de los objetos que distribuía.

69. Grandes y maravillosos eran los frutos que el Venerable siervo de Dios recogía de estos ejercicios, en atención á que, aun después de su marcha, permanecían las prácticas que él Babia dejado, y se establecían las congregaciones que había aconsejado ó promovido. D. Fausto de Oró declara: «Que por haber asistido á este Santo ejercicio algunos hombres piadosos, aprendieron de memoria los principales pasos de la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, recitándolos y ejercitándose en esta devoción en las iglesias, y aun en sus propias casas. » (4) Pero el fruto más agradable al Venerable Antonio era el de la conversión de los pecadores, algunas de las cuales eran verdaderamente prodigiosas. El mismo Siervo de Dios tuvo ocasión de experimentar algunas de las muchas debidas á su celo, cuando volvía á alguno de los lugares donde antes había estado, lo cuál acrecentaba su aliento y su valor, para proseguir en su empresa. Cuentan entre otras, que un sacerdote que traía una vida no conforme á su santo ministerio, luego que oyó hablar á Antonio en sus ejercicios sobre el amor de Dios y deformidad del pecado, se sintió tan conmovido, que concluido el ejercicio, no vaciló revelarle el estado de su alma, y recomendarse á sus oraciones, para romper los lazos que lo tenían aprisionado. Antonio lo animó y lo ilumino, demostrándole que estaba en su mano conseguir lo que deseaba, pudiendo por consiguiente reformar su vida, y entregarse á Dios, emprendiendo un modo de vivir ejemplar y digno de su estado. El sacerdote se aprovechó del aviso, y cambio enteramente de; conducta. (1)

70. No debe omitirse lo que aconteció al venerable Siervo de Díos en Valladolid, cuando el Ilmo. Sr. D. Martín Delgado, Obispo de aquella Ciudad, quiso asistir por sí mismo a uno de aquellos ejercicios, en que Antonio sabia conquistar tantas almas para Dios. Dicho prelado había dado ya orden al Padre Francisco Lanza, Lector de Sagrada Teología y Consultor de la Santa Inquisición, para que-.probase el espíritu del siervo de Dios, y. este docto religioso; , después de haberlo examinado y probado - muchas veces, se persuadió de que debía dársele aprobación teniéndolo, como dice, no solo por bueno verídico _y sólido, sino también por muy elevado y relevante ;y su virtud en grado heroico (2). A pesar de todo dispuso el prelado que Antonio hiciera ene presencia suya una de las exhortaciones, en la misma forma que solía hacerlo. en la Iglesia, cuando practicaba el ejercicio del Via-Crucis. Obedeció el siervo de Dios, y fue tal la energía de sus palabras, la fuerza de sus razones y la viveza de sus afectos, que el Obispo y el teólogo quedaron altamente conmovidos y admirados, constituyéndose ambos en protectores suyos, y en divulgadores de su virtud que consideraban heroica y extraordinaria.

71. Hasta los últimos años de su vida, continuó el Venerable Bermejo en esta costumbre de ir propagando sus piadosas practicas y devociones en varios lugares y comarcas, y parece que el Señor le dispersaba una especial asistencia. Sobre esto referiremos dos hechos muy singulares, el primero de los cuales esta acreditado por la autoridad del Padre Lanza, que declara lo siguiente. Habiendo él que declara preguntado a dicho hermano, como podía caminar con -seguridad y sin extraviarse, encontrándose casi sin vista, y pasando por caminos poco o nada frecuentados cuando salía de su villa para ir á propagar dichas devociones y procurar la conversión de los pecadores, le respondió:-Dios ilumina. Aunque el testigo no le replico, oyó decir después, haberse visto delante de dicho hermanó una luz, que le servia de guía, cosa` que considero milagrosa, atendiendo a la virtud de dicho hermanó y á la respuesta enigmática que dio al mismo declarante (1). El segundo hecho consta de la declaración de D. Ildefonso Chico Luengo, donde dice- Algunos allegados al Siervo de Dios, advirtiendo que aún en los últimos años de su vida y lleno de indisposiciones, emprendía. Marchas, para propagar las devociones del Vía Crucís y Santo Rosario, para pedir limosna en favor del Hospital y para retirarse algunos días á ejercicios espirituales, le reconvinieron, excitados por el amor que: lo profesaban, y temerosos de no poder asistirlo en su muerte, si ocurría fuera de la villa. El Siervo de Dios lleno de plácida calma y caridad les contestó, que no tuviesen cuidado, que asistirían a su muerte y funeral, como así sucedió en efecto.

Comparando estos hechos con lo que ya hemos dicho, de las luces extraordinarias que acreditó había recibido- sobre, las cosas divinas sobre los :misterios y verdades teológicas, cuando á su manera hacia sus singulares-,misiones se conoce `que este anciano ignorante y medio ciego, estaba provisto, de una luz muy superior á la de los domas :hombres, y tanto, que aun los sentidos mas despiertos y las inteligencias mas ilustradas parecía en, tinieblas.


Sepulcro del Hermano Antonio

CAPITULO XI.

Persecuciones y malos tratamientos sufridos por el venerable Siervo de Dios al propagar las prácticas de devoción.

72. No es posible agradar al mismo tiempo á Dios y al mundo. Los que buscan con todas sus, fuerzas la gloria del Creador y la salvación de las almas, tarde ó temprano deben esperar de los mundanos contrariedades,, ultrajes y vejaciones. Demasiado conocida es la predicción que Cristo, Señor nuestro hizo, después de su última cena y antes de su pasión, (1) y todas las historias de los santos confirman el cumplimiento de este vaticinio. En su lugar respectivo (2) nos ocupamos ya de los efecto del odio que encendió en los malvados la-generosa renuncia de sus bienes en favor del Hospital; y ahora diremos, como sostuvo con valor las contradicciones que encontró en la propagación del reino de Dios en los corazones de los hombres, por medió de los ejercicios de piedad, y llamando a los pecadores á penitencia. -En primer lugar, es evidente, que á todos los que hacen alarde de espíritu fuerte y no profesan una virtud sólida, debía interesar muy poco aquella especie de misionero, que se presentaba con semblante tan falto de atractivos, destruido en la mitad por los funestos efectos dé un cáncer, mal vestido, cargado dé rosarios, imágenes, libritos y cordones, que mas bien parecía un mercader qué un ministro dé. la divina palabra, sin órdenes sagradas, sin título qué le recomendase á la atención dé los pueblos qué sé proponía santificar y convertir.

73. No es, pues, de extrañar, sí al llegar a algunas poblaciones sufriera injurias, denuestos, y fuera tratado de vagabundo e impostor, expulsado indignamente y basta. abofeteado y arrastrado por los cabellos (1). Sucedióle en un  lugar que habiendo concluido sus acostumbrados' `ejercicios le `rodeo una  turba   de hombres libertinos Y escandalosos '-y llamándolo irónicamente padre Misionero y predicador, le instaban á qué cantase sus canciones espirituales, en tanto qué ellos, para mas escarnecer las exhortaciones piadosas dé nuestro Venerable e'-insultar su modestia bailaban en presencia suya con mujeres sin pudor, y agregando á las danzas, acciones palabras deshonestas. No falto quien se atreviera a apedrearlo, y aun á atentar contra su vida, sin` que para este odio y aborrecimiento infernal hubíera, otra' razón que la antipatía que los malvados profesan á ,los -buenos, qué se esfuerzan para atraer a otros á la virtud:' En` ninguno dé estos' casos perdía él Venerable Siervo de Dios su pácíencía y mansedumbre; siempre sereno, tranquilo y humilde lo sufría todo por amor de Dios. Esta mansedumbre jamas degeneró en vileza, porqué, aunque insensible Antonio á las ofensas persónales, amonestaba con energía y gravedad á sus obscenos difamadores, que pensando insultarle y ofenderle, se ofendían mas a si mismos, á la religión y al pudor y al decoro con sus palabras y actos deshonestos.

71. El valor del Venerable Antonio en estas luchas resplandecía también por la constancia con qué volvía al asalto. D. Francisco Nuño declara que: «Estas burlas y afrentas, lejos dé distraerle dé sus santos propósitos, conociendo que podían ser ardides del demonio con que intentaba privarla del fruto qué esperaba recoger espiritualmente de aquellas almas, volvía con mayor constancia á sus luchas, y a despecho del enemigo común conseguía propagar dichas devociones, qué producían maravillosos frutos espirituales, como repetidas veces lo acreditó la experiencia (1) El mismo Siervo de Dios declaró:-«Yo volvía con sumo gusto á aquellos lugares donde había sido mal recibido y peor tratado, y siempre salí de ellos con gran consuelo y cosecha de frutos muy copiosos.»-No faltó quién atribuyera estos maravillosos efectos, á premió qué Dios le otorgaba por la heroica virtud que en semejantes casos practicaba: pues lo sufría todo, no solo con admirable paciencia, resignación y conformidad á la voluntad de Dios, sino con gusto y complacencia; dando infinitas gracias á Nuestro Señor, por que le proporcionaba estos medios de mortificación, para mejor imitarle.

75. No fueron estas pruebas las mas difíciles que sufrió el Venerable Antonio; hubo otras mayores y mas propias. para dilacerar su corazón, porque procedían de personas respetables y de carácter sagrado. De estas, cómo de las anteriores, salió victorioso, ya conservando ilesa su virtud, ya recibiendo homenajes :de los que antes le- habían maltratado. Habiendo entrado. nuestro Venerable en la Iglesia parroquial de Fuente la Peña para hacer sus acostumbrados ejercicios de rosario y Vía-Crucis, el Cura párroco, arrepentido de la licencia concedida á Antonio, 6 porque este no hubiera podido conseguirla antes creyéndose autorizado con, la, del Ordinario, entró en la Iglesia, donde habían acudido muchos fieles, , y.', dirigiéndose  á nuestro Venerable con palabras las mas injuriosas y con modales los mas bruscos, lo arrojó ;de la iglesia, añadiendo á las palabras golpes y malos tratamientos, que el Siervo de Dios sufrió con la humildad mas edificante y con la paciencia mas invencible. Los circunstantes al presenciar esta escena so sintieron interiormente conmovidos, unos indignados contra la conducta del párroco, otros compadecidos y admirados del piadoso varen, á quien tan vilmente se maltrataba, y que tan virtuosamente sufría. El Párroco luego qué paso su primer arrebató, consideró lo que había _hecho, y las observaciones de' los concurrentes, ó la humildad y paciencia de Antonio, contribuyeron á hacer que volviera en sí mismo. En efecto, conoció lo mal que Babia hecho, y el escándalo que había dado, y quiso repararlo: en su consecuencia, según consta en los procesos, dio al Venerable Antonio satisfacción cumplida, pidiendo perdón al Venerable Siervo de Dios, por los agravios que le Babia inferido, y concluyó dándole gracias por el celó cristianó, buen ejemplo y edificación que producían sus ejercicios (1).

76. Estaba el Venerable Siervo de Dios en la villa de Villaverde  territorio de Medina del Campó distribuyendo en día festivo sus pobres y devotos objetos, esto es, libritos piadosos, rosarios y escapularios, y recogiendo las limosnas que los rieles le entregaban para el hospital. El párroco lo vio, y ya fuese movido por un celó mal entendido, ya por probar la virtud del Venerable, como creen algunos, le  reconvino diciéndole; como se atrevía á hacer aquello en un día festivo. Antonio sin replicar una palabra de disculpó, se apresuró á recoger los objetos expuestos, y echándolos a los pies del párroco, le pidió humildemente perdón, añadiendo que el era quién verdaderamente lo conocía, no los demás, que lo tenían por bueno. Fue tanta la ingenuidad con que hizo esta confesión, tanta la sinceridad y humildad de sus palabras y acciones, que el párroco admirado y edificado, lo levantó del suelo y lo abrazó con ternura (2). El Venerable Siervo de Dios estaba en otra ocasión distribuyendo sus libritos, rosarios, medallas y otros objetos piadosos y exhortando a las gentes á que los tomasen, enumerando las indulgencias que ganarían practicando aquellas devociones. Un sacerdote que quiso aparentar gran austeridad é inteligencia, se dirigió á nuestro Venerable diciendo, a los que le rodeaban, en tono destemplado:-«No le creáis; es un impostor que viene á robaros el dinero: las indulgencias no se pueden vender, porque es una especie de simonía. Este mismo suceso se reprodujo en otro lugar por un cura párroco, y el Siervo de Dios se condujo en. ambos casos con paz y serenidad imperturbables, aunque con razón habría podido replicar a quien le reprendía, la confusión lastimosa que hacían de las indulgencias y de los objetos que sirven para la práctica de las devociones a que están anexas las indulgencias. Antonio calló, y haciéndolo así, se mostró humilde y mas sabio que sus censores..

77,. : Mucho: mas estrepitoso y grave fue el siguiente suceso. Habiendo obtenido el Siervo, de Dios licencia del.. Ordinario y del párroco para practicar sus ejercicios en cierto lugar, se dirigió á la iglesia donde explicaba á sus oyentes las indulgencias del santo rosario, del escapulario del Carmen, Vía-Crucís y otros semejantes; un religioso que entró en, la Iglesia oyó á Antonio, y arrastrado por un celo exagerado y ciego, lo acometió llenándolo de injurias y malos tratamientos lanzándolo a puntapiés de la, iglesia. El humilde Antonio lo sufrió todo con paciencia, y la gente afligida porque no continuaba los ejercicios, se, salió. de la Iglesia, Esto debió.- ser bastante, para aquietar a. aquel hombre. violento pero aun fue mucho mas allá,, porque acudió al alcalde para que desterrara al Siervo de Dios. En efecto, al poco tiempo un ministro de justicia intimó al Venerable Antonio de orden de la autoridad saliese inmediatamente del país si no quería ser encarcelado como un hombre sedicioso. Por el momento obedeció Antonio, pero luego que pasaron algunos días, volvió al mismo lugar, á pesar de las ofensas e injurias que habla recibido. Con nuevo ardor acometió la obra empezada, y la terminó haciéndose los ejercicios con frutos copiosos y universales. Las autoridades y el pueblo acogieron á Antonio con las mayores demostraciones de amor, y aplaudieron su celo y su virtud, convirtiéndose en el triunfo mas espléndido la persecución de que antes fue objeto al Siervo de Dios. (1)

78. Otro religioso quiso en cierta ocasión probar la virtud de nuestro Venerable, dirigiéndole palabras ofensivas, llamándolo ignorante, e hipócrita, añadiendo otros epítetos injuriosos. El Siervo de Dios sin turbarse se arrogó á sus píes, protestando reconocer, ser tal como Babia sido calificado. Desde entonces, dice el testigo que declara sobre este hecho, fue un constante y entusiasta panegirista de la sólida virtud y de la gran, perfección del Siervo de Dios. Semejante á este suceso fue el ocurrido en la. Villa de Verdemarban, diócesis de Zamora, dónde el Siervo de, Dios se presentó á un sacerdote para que lo confesara, el cual suponiendo que fuese fingida la virtud de Antonio, lo trato con aspereza, y' desprecio y lo despidió sin quererlo confesar. El buen Antonio so retiro con resignación y paciencia singular, sin mostrar el disgusto ó inquietud mas pasajera. A poco tiempo volvió otra vez al mismo confesor, sintiéndose como movido de en impulso superior, con la confianza de que lo confesaría. El confesor al conocer el estado de la conciencia del pobre á quien había despreciado, se persuadió de la solidez de su virtud, se arrepintió del modo con que lo había tratado, revelando su culpa y su arrepentimiento, así como la virtud de nuestro venerable á su amigo D. Pedro Guerrero, Cura de Alaejos, que después declaro sobre este suceso ('1).

79. A estas aflicciones y desastres que Antonio sufrió en sus peregrinaciones emprendidas por el bien  espiritual y temporal de sus prójimos, se agregan otras molestias no menores con que la perversidad de los hombres procuraba destruir se virtuoso propósito. En los albergues á donde se refugiaba encontraba hombres rústicos y soeces, que, 6 se burlaban de él, o le dirigían palabras injuriosas que sufría sin impaciencia o alteración. Así sucedió en la' villa de Símancas, donde la misma dueña del .albergue, irritada por la petulancia de los pasajeros que escarnecían al venerable,. y conmovida por su inalterable mansedumbre, reprendió fuertemente á los que le ofendían, conteniendo sus bárbaras burlas. Cuando se ponía á la puerta de las Iglesias para distribuir rosarios, escapularios y otros objetos piadosos; se veía continuamente molestado por algunos muchachos y jovenzuelos, que o bien le quitaban alguna cosa, o se burlaban d€- él para tentar su paciencia; pero el, aunque siendo escarnio y ludíbrío de la parte mas despreciable de la plebe, permanecía siempre tranquilo y paciente sin mostrar el mas ligero resentimiento. Sí alguna persona formal ó autorizada reprendía. en estos casos á aquellos niños y jóvenes mal criados, nuestro Venerable intercedía por ellos excusándolos por se sencillez y falta de reflexión. Son Estas y otras vejaciones semejantes causadas por los hombres debió sufrir en una empresa que en sí, misma estaba tan cercada y llena da fatigas y trabajos. No llevando consigo provisiones de ningún género, se fría todas las incomodidades y privaciones consiguientes á este modo de viajar. Ya se veía sorprendido en medio de los campos por la lluvia y el granizo, sin tener donde refugiarse, ya tenia que pasar descalzo y destituido de todo socorro los arroyos y los torrentes, sin que como sucedió en alguna ocasión, le prestasen socorro alguno los viajeros que iban montados, ya no pudiendo calzarse por el mal estado de sus pies destrozados por los caminos, tubo que andar mas de 10 millas por , terrenos húmedos y gredosos, como aconteció una de las veces que fue á la villa de Tordesillas.

81. En otra ocasión tubo que andar por un vasto pantano, cargado con los inmensos objetos que llevaba, sin que persona alguna lo ayudase. Nada diremos de las desgracias frecuentes que le sobrevinieron, ó por robos ó por caídas en malos caminos, ni tampoco de los padecimientos de que se vio acometido sin encontrar quien lo asistiera. Cierto es que jamás lo faltó el auxilio divino, y confiado siempre en él, no hubo mal ni obstáculo alguno que le hiciera desistir de su santo propósito. En los pasos mas difíciles, en medio de los mayores peligros o invocaba á la Santísima Virgen ú estrechaba su Santo Escapulario, recursos ambos con que se veía libre de todo riesgo y embarazos. De este modo favorecía Dios á nuestro venerable, como lo hace con todos los que en El ponen su confianza, permitiendo que los males y las desgracias le sirviesen para contraer méritos de paciencia y perseverancia. 

CAPITULO XII.

Ultima enfermedad y muerte del Venerable Antonio.

82. El Venerable Siervo de Dios estuvo sujeto toda su vida á varías enfermedades con qué el Señor quiso probar su virtud. Ya hemos hablado dé algunas y especialmente de la úlcera gangrenosa que padecía en la mejilla izquierda, la cual se dilato tanto en los últimos años y con tales estragos, que todos consideraban como un prodigio el que pudiera sobrevivir con tan terrible padecimiento. Atormentabale además una hernia intestinal penosísima, que no solo le causaba fuertes dolores, sino que le ponía con frecuencia en peligro de muerte. Sufrió esta enfermedad por espacio de muchos años, y le duró hasta su fallecimiento sin que Antonio a pesar de ella, omitiera sus ejercicios de devoción y mortificación ni los trabajos corporales á que se consagraba. Sufrió también por espacio de mucho tiempo una afección catarral tanto mas grave, cuanto que tenía lastimado el pecho, por consecuencia de una caída que dio desde un lugar elevado sobre un madero clavado en tierra. Sentía los efectos de este padecimiento siempre que hablaba,y especialmente, cuando hacia el penoso ejercicio de la Cruz. Este ejercicio habla causado en el hombro izquierdo de nuestro venerable una gran llaga, producida por el duro madero de que usaba en tales ejercicios. Después de su muerte, al hacer el reconocimiento de su cadáver se encontraron en el los vestigios de esta llaga.

83. Nuestro venerable que jamás habla omitido el santo ejercicio de la Cruz, se vio obligado á suprimirle por mandato de su confesor, después de los 75 años de su edad, por efecto de la grave enfermedad que sufría. 1 ,?n su consecuencia, debió dejar de levantarse de noche contentándose con meditar la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, sin llevar sobre su espalda el pesado madero de la Cruz; debió abstenerse de ir por la mañana a la Iglesia de Agustinos Descalzos, distante del Hospital, y debió, según se le previno, practicar sus devociones en el inmediato convento de Capuchinas. Por último, en los últimos meses de su vida se vio acometido de fiebres periódicas, y extenuadas sus fuerzas, y exacerbados todos sus padecimientos, se vio obligado á hacer sus ejercicios de costumbre sentado sobre un banquillo de madera, resplandeciendo tanto mas su virtud cuanto mas debilitado estaba el vigor de su cuerpo. Así se iba extinguiendo lentamente aquella preciosa vida, a cuyo fin contribuían poderosamente la vejez, las enfermedades físicas, los grandes trabajos y las terribles mortificaciones con que había afligido su cuerpo.

84. La muerte se acercaba: Antonio la miraba tranquilo y se preparaba á ella con todas las disposiciones que exige un paso tan tremendo. Aunque ya hemos hablado de la predicción que sobre ella hizo á aquellos amorosos allegados suyos que temían no poder asistirle en los últimos momentos, necesario es consignar ahora otras predicciones suyas. Cuando el venerable Siervo de Dios contaba sesenta y cinco años de vida, predijo que le quedaban quince años aun. D. Matías Monroy, Administrador del Hospital, del Venerable Siervo de Dios hace la siguiente importantísima declaración.--«Están do el Venerable Siervo de Dios al cumplir los 65 años de edad 'hablando con el testigo, como Administrador que era del Hospital, sobre el Gobierno del mismo, le manifestó que era necesario arreglar las cosas para vivir con un poco mas de reposo y quietud los quince tantos que le quedaban de vida; de cuya palabras dedujo el testigo que el venerable Siervo de Dios viviría 15 años. Tan persuadido estaba de ello, que aunque después vio al Siervo de Dios en peligro de muerte, el testigo, libre del temor que todos concebían recordando las palabras del Siervo de Dios, aseguro á diversas personas condecoradas del país, que aun le quedaban algunos años de vida, como así ocurrió

X85. Cuanto mas se acercaba el término presagiado, tanta mayor era la precisión con que Antonio lo indicaba. El mismo Mónroy dice;-«Que habiendo el declarante convidado al venerable Siervo (te Dios á que fuese á hacer colación con el la noche de Navidad del año de 1757, que fue la que precedió al fallecimiento de nuestro venerable, le respondió que iría con gusto; por que aquella seria la última. Como el testigo había determinado cesar en la administración del hospital, podía entenderse que la última vez sería la de reunirse en su habitación en el hospital, pero el Venerable Siervo de Dios lo sacó de dudas, diciéndole que ya había vívido muchos años y que le quedaba poco de vida.

86. Sabedor el venerable Bermejo de su próximo fin, no hablaba de el con otras personas como do un acontecimiento temible y funesto, sino siempre tranquilo y con ánimo y rostro inalterables. Con el mismo fervor y devoción que había practicado en toda su vida, confesaba y comulgaba diariamente, rezaba el rosario, hacía el Vía-Crucis, ola misa y se consagraba á las demás devociones, ejercicios piadosos y penitencias, sin alterar en nada su arreglada y austera vida, á no ser que se lo impidieran la falta de fuerzas, ó la obediencia a su confesor. Sin cesar hacía actos de fe, esperanza y contrición, rezaba el credo varías veces al día para avivar mas su fe, y hacía que le leyeran la recomendación del alma, á la que respondía con tal fervor, que parecía, se encontraba en el tránsito de la muerte. _Para que nada faltase á las disposiciones que todo hombre prudente debe tomar antes ele su fallecimiento, quiso consignar su última voluntad sobre los 300 reales que se reservó de la donación universal, dejándolos al hospital, y suplicando al Administrador y patronos le perdonasen los defectos cometidos en la asistencia de los pobres enfermos, y rogando á la Hermandad de la misericordia, establecida en el Hospital, le enterrarse por caridad como á un pobre miserable á la entrada de la Iglesia parroquial.

87.: Nuestro Venerable otorgó su testamento á fines de Octubre : da 1758. D. Francisco Nuño, su Director espiritual, lo visitó en la tarde del día 4 de Noviembre, y habiéndolo preguntado cono estaba, respondió Antonio «¿como quiere usted que esté? estoy ya en capilla» palabras con que significaba que la tarde del día 11 habría dejado de vivir, porque sabido es que en España están los reos 3 dias en Capilla antes de ser conducidos á la muerte. Al día siguiente 12, el Siervo de Dios fue acometido de una fiebre ardiente, que apenas le permitió oír misa y comulgar. Conducido á la cama, por orden de su Director, no perdió su natural alegría; y considerando, que como enfermo le habían puesto sábanas y camisa de lienzo, dijo en tono de broma:--vaya ; esto sirve para morir á la moda.

88. De poco alivio podía servir todo este esmero y cuidado á las penas que sufría, ya por la enfermedad que le acometió, ya por haberse recrudecido sus antiguos padecimientos. El médico del hospital D. Manuel González de Dios calificó la última enfermedad del venerable de una fiebre maligna con fluxiones al pecho y señales de pulmonía, complicada con la úlcera cancerosa de la mejilla izquierda, dilatada en la parte superior hasta la órbita del ojo y en la inferior hasta la mandíbula (1). Aun en medio de tantos dolores, Antonio se conservó siempre sereno, tranquilo y constante en la continuación de sus prácticas piadosas, en cuánto su estado se lo permitía. En el día 13 se le, aumentó la fiebre y disminuyeron notablemente sus fuerzas, pero á pesar de todo á la. hora de la. misa hizo que le condujeran al altar de la enfermaría, para recibir la sagrada comunión, verificado lo cual, se le volvió á poner en la cama, de la que ya no se levantó. Al siguiente día 14, que tabla presagiado ser el último de su vida, pidió que le administrasen el Sacramento Eucarístico en forma de Viático, y así sé verificó después de haberse confesado. Declara el Sacerdote D. Matías Monroy, á quien Antonio había predicho el tiempo de su fallecimiento, que el Venerable Siervo de Dios recibió el Santísimo Viático con una particularísima disposición y alegría de espíritu, y con edificación de los circunstantes (2). Su confesor D. Francisco Nuño añade, que recibió la Santa Eucaristía y la Extremaunción con señales efectivas de los efectos del amor dé Dios que ardía en su corazón (3).

  89. Luego que se esparció la noticia de, la gran vedad en que se encontraba, muchos se apresuraron á ir a verlo por última vez, y él que comprendía la causa de tantas visitas, aun cuando moría sin haber mancillado el lirio de la inocencia hasta una edad tan avanzada y llenó de virtudes y merecimientos, sin embargo, inspirado por su humildad profunda, solo decía a todos los que iban á verlo, que por piedad lo encomendasen á Dios y lo tuvieran presente en sus oraciones; y lo decía vertiendo copiosas lágrimas, no porque sintiera dejar esta miserable vida, deseando como  deseaba ir á la eternidad para ",unirse con su Dios; según declaran muchos de los que presenciaron su muerte sino porque su humildad le ha da conocer que aun necesitaba mucho de la bondad y misericordia divina. Este conocimiento que había dominado en el toda su vida, fue mucho mas intenso en sus últimos momentos, y la causa de que no padeciera ni agonía ni delirio, sino que recrendánse en aspiraciones de amor, estrechando el crucifijo con la manó derecha, tranquilo, como un hombre que se duerme, espiró suavemente el alma al pronunciar las palabras: «In manus toas Domine commendo spírítum tneum (4).» Aconteció su muerte en la tarde del 14 de Noviembre de 1758 hacia las 6 de la tarde, en el mismo día y hora que había designado, cómo dice el sacerdote Nuño.

CAPITULO XIII.

Honores tributados al Venerable Siervo de Dios después del fallecimiento

 

90. Tan pronto como se divulgó la noticia del fallecimiento del venerable Siervo de Dios, acudió gran  número de personas á ver su cuerpo, ya por devota curiosidad, ya como una demostración de afecto, ya para adquirir y conservar como reliquia alguno de los objetos que hubieran pertenecido al Venerable. Fue necesario cerrar la puerta, para poder amortajarlo con decencia y trasladarlo á la Iglesia del Hospital, donde había mas espacio para la afluencia de gente que acudía. Aun aquí fue indispensable tomar varias disposiciones, como so lee en los procesos, para contener la gente y evitar cualquier desorden. Todos procuraban con inexplicable ansiedad tocar en su cuerpo rosarios, medallas "y otros objetos piadosos; todos deseaban cortar algunos pedazos de su mortaja para conservarlos como reliquia, todos le aclamaban como un santo, y todos de diversas maneras manifestaban el alto concepto en que lo tenían. No solo acudieron los habitantes de la Nava en los 3 días en que estuvo expuesto, sino otras muchas personas de los lugares comprendidos en la Abadía y especialmente de Medina del Campó, Villaverde, Alaejós, Siete Iglesias y Tordesillas. Todas estas personas de toda clase, sexo y condición, mas bien que poseídos de fúnebre tristeza, lo estaban de complacencia y alegría, como si asistieran á la celebración de una fiesta, y no á los tristes Ritos de un funeral.

91. Los estragos y la deformidad que suele acarrear la muerte, no se reconocían de modo alguno en el cuerpo del Venerable Siervo de Dios. D. Francisco Nuño y otros declaran, que tanto él y estos, como D. Fausto de Oro, D. Fernando Rodríguez Chico, Administrador del Hospital, y otros muchos observaron que el cadáver del hermano Antonio conservaba el mismo color y suavidad de carne que si estuviera vivo, con una universal flexibilidad de sus miembros y articulaciones. Estás prodigiosas y extrañas circunstancias llamaron la atención de los médicos y cirujanos de la Villa, que acudieron á hacer observaciones y reconocimientos periciales, en vista de lo cual, y persuadidos do que aun estaban los vasos ó venas del Venerable muy. llenos, juzgaron que de cualquiera en que se hubiera punzado habría salido instantáneamente sangre. (1) D. Fausto ele Oro-, subdelegado del vicario de Medina del Campo para hacer el reconocimiento jurídico del cadáver, mandó al cirujano le abriera una vena en el pié derecho, y verificado mi, salió con impulsó la sangre de color natural y perfecto, que fue recogida en paños y pañuelos por muchos de los concurrentes. Esta operación so hizo de noche y transcurridas ya 27 horas de la muerte de Antonio.

92. Escitado por la relación de este hecho el mismo vicario de Medina del Campo, quiso ir en persona á ver el cuerpo del Siervo de Dios, y fue acompañado de otras personas distinguidas, entre ellas del Juez de Medina y del capitán dé caballería D. Manuel Sillero. Luego que el Vicario observó en presencia de médicos, cirujanos y otras personas respetables que el cadáver conservaba las mismas condiciones que en el primer reconocimiento, y eso que habían transcurrido ya tres días de la muerte del Venerable, mandó que se descubriese la primera sangría, y levantada que fue la venda, volvió a salir sangre liquida y de color natural, que también fue recogida en pañuelos. Fácil es de concebir la sorpresa que causarla este fenómeno ocurrido á las 72 lloras del fallecimiento. A pesar de todo, el Vicario mandó al cirujano D. Manuel Hernández del lijo hiciera otra sangría en la pierna izquierda, y aunque el cirujano, ó conmovido ó lleno de temor no picó bien la vena, sin embargo, salió gran cantidad de sangre del mismo color natural y perfecto. El vicario mandó entonces que se cerrase la nueva sangría y siguiera el reconocimiento del cadáver, en el que aparecieron las cicatrices de las cinco llagas, y otra mayor en el hombro izquierdo, causada por el ejercicio de la Cruz, así como las señales de las terribles penitencias y mortificaciones con que Antonio había macerado su cuerpo, las cuales estaban esparcidas en todo el y algunas eran muy recientes. Aquel cuerpo estaba todo lacerado, y se observó también, que sus espaldas vertían aun sangre; indicio cierto de que Antonio, hasta en sus últimos días, había continuado en el castigo con que desde joven quería reducir su cuerpo a perfecta esclavitud. Al ver esto, creció la admiración de los circunstantes, que hicieron nuevas alabanzas de la virtud del difunto.

93. En el día 18 de Noviembre, cuarto del fallecimiento del Siervo de Dios, se verifico el solemne transporte del cadáver de la Iglesia del Hospital a la Iglesia de S. Juan, en que se desplegó toda la pompa y magnificencia posibles, porque concurrieron el Cabildo eclesiástico y civil, las tres hermandades establecidas en la parroquia de la villa, los hermanos de la orden tercera de S. Francisco, los Religiosos del país y pueblos comarcanos, y grandísimo número de seglares de la villa y otros pueblos. Cuatro individuos del Ayuntamiento conducían el féretro sobre sus hombros, y las personas mas distinguidas iban con velas encendidas, siendo así, que según la costumbre del país, solo las llevan en los entierros personas pobres y de humilde condición. Luego que el cortejo fúnebre llegó 'á la iglesia mayor y fue colocado el féretro en su centró, se canto con música y gran solemnidad el primer nocturno de la oficio de difuntos.. En seguida, D. José Torrecilla Palaz, Decano del Cabildo, celebró la misa solemne ut in die obitus, al fin de la cual, con el mismo acompañamiento de música se ejecutó el rito de la absolución, y terminado este, se cerro la caja con dos llaves, una de las cuales fue entregada al Cabildo eclesiástico y otra al alcalde.

91. Fue enterrado el cadáver en una de las sepulturas mas distinguidas y principales de la Iglesia parroquial, junto al altar mayor al lado del Evangelio, cerca de los escalones y balaustrada del Presbiterio. El Cabildo de la misma iglesia cedió gratuitamente esta sepultura, ya por el amor y estimación que profesaba al Venerable Siervo de Dios, ya por gratitud a todo cuanto había hecho en beneficio de los pobres. El epitafio que se puso, decía estar allí enterrados los restos mortales de Antonio Alonso, dado piadosamente por Dios á aquella tierra, para modelo de todas las virtudes, y especialmente de la caridad, con que tan ardientemente se consagro al alivio y cuidado de los enfermos en el Hospital que reedifico con sus propios bienes, y en el que dio admirables ejemplos. Desde niño tuvo una vida verdaderamente cristiana, y paso á la eterna con preciosa muerte acaecida el día 14 de Noviembre de 1758. Innumerables personas movidas por el alto concepto que tenían de la virtud del Siervo de Dios, y con la esperanza de tenerlo por intercesor en el cielo, acudían á aquel sepulcro a rendirle homenajes de culto privado. En el libro siguiente probaremos lo fundado de esta esperanza y de esta opinión.


Inscripción del féretro del Hermano Antonio en la Iglesia Parroquial de Los Santos Juanes